Por Gonzalo Bacigalupe* Marzo 27, 2010

"La salud no es un privilegio; es un derecho" (Ted Kennedy. Primarias 2008 del Partido Demócrata)

Estados Unidos es el país que más gasta en salud entre las naciones desarrolladas: mas de US$ 7.290 per capita. Así y todo, 47 millones de ciudadanos no tienen seguro de salud. Éste es el mismo país en el cual existe tecnología médica de punta y la inversión en investigación es la mayor en el mundo.

Las desigualdades raciales en el acceso y calidad de la salud son abismantes y ampliamente documentadas. Para los que están asegurados, las primas aumentan cada año a la par con las restricciones para obtener más y mejores servicios. Éste es un sistema enfermo, que requiere tratamiento urgente.

Por mas de siete décadas, distintos gobiernos intentaron reformar el modelo de acceso a la salud. "El presidente propone y el Congreso dispone", dice un adagio popular. Varios mandatarios propusieron reformas sanitarias: Franklin Delano Roosevelt intentó incluirlas dentro de su programa de seguridad social; Harry Truman propuso un sistema nacional de salud al que todos los ciudadanos contribuirían; Bill y Hillary Clinton diseñaron un complicado plan, que en poco tiempo se hizo impopular hasta entre los líderes del partido gobernante. A los demócratas este último fracaso les significó una de las más duras derrotas electorales en el Congreso.

En cada uno de estos intentos, la voluntad presidencialista y la necesidad real de reforma no consiguieron movilizar al aparato legislativo y la opinión del electorado.

Obama demostró nuevamente ser un político de consensos, pero también uno con cojones. No sólo puso la salud en el primer lugar de la agenda presidencial, sino que se involucró personalmente en todo el proceso sin cometer los errores de sus predecesores. Se esforzó hasta el final por incluir a los republicanos para conseguir una victoria aplastante en el Congreso. Presionados por las fuerzas más conservadoras, aquellos retrasaron la aprobación o propusieron añadidos que se oponían a la esencia de ella. La reforma se aprobó a pesar de la condena generalizada de los republicanos y de algunos demócratas, del desgaste político del presidente y la jefa de la bancada demócrata -Nancy Pelosi-, y de las debilidades del nuevo paquete de leyes.

Ninguna de las medidas es un experimento: reflejan las políticas públicas de alrededor de 14 estados que ya reformaron sus sistemas sanitarios en la última década. El gobierno central utilizó las mejores prácticas para implementarlas a nivel nacional. Por ejemplo:

-Acceso a la salud a 32 millones de personas que no lo tenían.
-Cada individuo debe poseer un seguro de salud. El Estado crea mecanismos para apoyar a aquellos que no tienen seguro en su trabajo.
-A las personas que tienen una enfermedad no se les podrá negar el seguro.
-Los adultos jóvenes podrán continuar asegurados a través -siendo carga- de sus padres.

El Estado, con esta reforma, no garantizará el acceso universal a la salud. Esta falencia provocó la desaprobación de muchos grupos progresistas. Además, para conseguir el voto de algunos diputados conservadores, el gobierno decidió restringir el financiamiento público del aborto. Muchas otras medidas tienen este mismo carácter conciliador. Por ejemplo, aumentando los mecanismos de defensa del consumidor respecto a las compañías aseguradoras, subsidiando a estas mismas de modo directo y expandiendo el mercado de asegurados.

En un futuro no muy lejano recordaremos que éste fue un hito político histórico, del cual Obama es el protagonista principal. Es una reforma que comenzó a abrir la puerta para terminar las desigualdades en el acceso y la calidad de la salud, tal como lo deseaba Ted Kennedy.

* Sicólogo de la UC y master en Salud Pública en Harvard. Hoy es profesor de la U. de Massachusetts

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