Por Angelina García* Marzo 20, 2010

Fueron días agónicos. Vivir a distancia el terremoto es duro, tratando de hacer un catastro de familiares y amigos, viendo sufrir a la gente, con el país quebrado y uno sin poder hacer algo.  Nueva York se hizo nada; la patria, todo. A los que estábamos lejos también se nos movió el piso. Simplemente fue un remezón de otra naturaleza.

Varias semanas antes de la tragedia, había comprado entradas para el debut de Scarlett Johansson en Broadway, junto a Liev Schreiber y Jessica Hecht, en "A View from the Bridge" de Arthur Miller. Un fenómeno. Los boletos estuvieron pegados en la puerta del refrigerador por más de un mes. La primera reacción fue regalarlos a alguien menos damnificado sicológicamente para que aprovechara el espectáculo. Resultaba una canallada ir a ver una obra a Broadway sabiendo que la mitad de Chile estaba en ruinas. Pero también era necesario despegarse de las pantallas -13 cable, TVN cable, Ustream, Justin.tv, todos en simultáneo- y dejar de contar las réplicas.

Tenía curiosidad por saber cómo Scarlett resultaría sobre las tablas, donde no basta  su cara de ángel erótico, sino que está en juego el cuerpo entero. De corrido y sin descanso.

Sentada en tercera fila al costado izquierdo, el diseño de la escenografía me puso "frente a frente" con su espalda. Fue un encuentro sin trampas, donde habló sólo el cuerpo -y la voz-, sin los encantos del rostro. Fue extraño. Es una chica baja. En vivo, las tan deseadas curvas retro de la Johansson no encajaban. Y no hablo desde la envidia (hay que ser mujer para saber que andar por el mundo como pin-up tridimensional no siempre es una gracia). No sé si era demasiado compacta, las extremidades muy cortas o el trasero monumental. El caso es que el cuerpo de Scarlett no se veía cómodo en el escenario. Tal vez era parte del personaje, pero inicialmente sus movimientos resultaban amachotados, poco fluidos.

No fue hasta que se volteó y me la encontré cara a cara que extrañamente Scarlett Johansson dejó de ser tal y el personaje se hizo presente. Con todo. Esta mujer no se impone a medias o en pedazos. La torpeza del cuerpo, el tono algo burdo de su voz algo ronca, la belleza incandescente de su cara y la expresión de adolescente ingenua formaron la imagen perfecta de la jovencita italiana que siembra la desgracia en la obra de Miller. Scarlett fue capaz de encarnar a Catherine, la inocente sobrina deseada de Eddie Carbone, interpretado por un Liev Schreiber que se roba la obra sólo con su presencia.

Cuando salí del teatro, caí en cuenta que llevaba dos horas sin siquiera acordarme de lo que estaba pasando en Chile. Que Scarlett se la pudo contra Richter. Un gran logro.

* Periodista chilena residente en Nueva York.

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