Por Magdalena Aninat Febrero 20, 2010

En julio del año pasado, en uno de los días más fríos y grises del invierno santiaguino, organizamos una visita a la colección nacional del Museo de Bellas Artes, donde los guías eran los propios artistas. El objetivo era motivar al público a participar en el concurso Relatos de Colección, donde cualquier persona podía escribir un relato sobre una de las obras y ganar un ejemplar del libro Centenario, la primera publicación sobre esta colección. Esa fría mañana de sábado casi un centenar de personas estuvieron durante dos horas y media participando en el recorrido y preguntando directamente a los autores qué los había llevado a pintar un ciclista, en el caso de Gonzalo Cienfuegos, o a revestir con oro piezas de embalaje, en el caso de Pablo Rivera. Al final, muchos -artistas y espectadores- se acercaron a preguntar cuándo era la próxima visita.

Ese evento aislado, además de los casi 2.000 relatos que recibimos al final del concurso, dan cuenta de la necesidad de tender puentes cercanos y participativos con un público cada vez más interesado en las artes visuales. Viendo las políticas culturales desarrolladas, no es exagerado afirmar que el apoyo a la creación artística ha madurado. El Fondart y la Ley de Donaciones Culturales sufren cuestionamientos de forma, pero no de fondo: aún necesitan ser perfeccionados en sus mecanismos de operación, pero nadie cuestiona su existencia. La pata que sigue haciendo que cojee la mesa cultural es la de la difusión, que hasta ahora se ha reducido a una política de carnavales y gigantes callejeros, pero que no ha entrado a los museos ni ha logrado tender puentes con un arte contemporáneo cada vez más hermético para el público general. La Trienal, que prometía convertirse en el Santiago a Mil de las artes visuales, fue un evento interesante, pero convocó mayoritariamente a expertos.

¿Cómo tender puentes entre el arte y los ciudadanos? La imaginación puede ser una buena herramienta. En Suiza, por ejemplo, implementaron el sistema de "embajadores de museos": cualquier persona -un ejecutivo, una dueña de casa, un adolescente- participa en una breve capacitación para ser guía en su museo favorito. Luego invita a sus propios amigos y colegas a una visita gratuita guiada por él mismo, generando así un efecto de bola de nieve. Lo interesante de esta iniciativa no sólo es la cercanía que produce con un arte abierto a múltiples interpretaciones explicado en un lenguaje común, sino también el hecho que se trata de una política cultural (de Pro Helvetia) que busca a la vez potenciar redes entre instituciones independientes.

Un programa de difusión cultural que vaya más allá de comunicados de prensa y de carnavales masivos es quizá lo que falta en Chile para responder esa pregunta que hacían los artistas y espectadores ese frío sábado de julio: ¿Cuándo es la próxima visita?

* Directora Arte y Ciudad, consultora cultural. Periodista especializada en artes visuales

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