Por Enero 9, 2010

-This is your lucky day, Mr. Freeman. I have a movie for you.

Morgan Freeman levantó las cejas y clavó los ojos en su interlocutor.

Era junio del 2006 y hacía mucho calor esa noche en Mississippi. John Carlin, autor del ya célebre libro sobre Nelson Mandela y el Mundial de Rugby de 1995 -El factor humano, Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación- y Morgan Freeman saboreaban un chardonnay californiano en el comedor de un gringo megamillonario. Se habían conocido horas antes.

Por azar.

Carlin -uno de los mejores periodistas del mundo- escribía un reportaje sobre la pobreza en el sur de Estados Unidos y le habían dado el nombre del potentado aquel, para que lo ayudara con algunos contactos. Se encontraron esa tarde en una carretera y el tipo le pidió que lo siguiera hasta su casa. En el camino se detuvieron en un pequeño aeropuerto y a los pocos minutos, mientras aterrizaba un jet privado, el magnate le anunció a Carlin que Morgan Freeman -socio suyo en un restaurante- era el que venía piloteando. "Vaya, voy a pedirle un autógrafo", pensó Carlin, inocentemente.

-¿De qué se trata su película?-, le preguntó Freeman al periodista mientras apuraba la copa de ese blanco frutoso y congelado.

-Es una historia que destila la esencia de Nelson Mandela y la esencia del milagro sudafricano-, le respondió Carlin, quien fue corresponsal del Independent durante los últimos años de apartheid y el gobierno de Mandela.

-Ah, usted está hablando del rugby-, dijo Freeman.
El destino suele hacer que los grandes sueños se encuentren. También los talentos. Freeman soñaba con interpretar a Mandela. Y, por ello, compró los derechos de todas las biografías escritas sobre él, pero nunca consiguió llevar ninguna al cine. Hasta que se topó con la sinopsis de 20 carillas que escribió John Carlin. El periodista descubrió "el factor humano" que hizo posible el milagro, la capacidad de Mandela de seducir al oponente y su convicción de que el Mundial de Rugby podía ser el hito que uniera emocionalmente a blancos y negros.

Cinco meses después de ese encuentro en Mississippi, actor y periodista intercambiaron contratos; Clint Eastwood cayó en trance con la idea de dirigir la película; el presidente de la Warner Bros aceptó financiarla, y un guionista encerró -y estrujó- a Carlin durante 15 días en Barcelona.

Tres años más tarde, en mayo pasado, cuando ya el libro estaba traducido a 16 idiomas, Carlin fue invitado a asistir al rodaje de Invictus, en Ciudad del Cabo. Fue junto a James Nelson, su hijo de 8 años. En el set lo recibió Clint Eastwood con un apretón de manos largo y sentido. Almorzaron juntos bajo una carpa, en el mismo improvisado casino en que lo hacían tramoyas y extras. Ahí Eastwood le pidió disculpas por meterse en su historia y le dijo que esperaba hacerle justicia a un relato que John conocía mucho mejor que él. Esa noche Carlin casi no pudo dormir. Tampoco la noche de noviembre pasado, cuando sentado junto a Eastwood en una sala de cine de París, con su pelo crespo desordenado, sus jeans raídos y su muy británica chaqueta de tweed, vio por primera vez la película. Su historia, la de su héroe: Nelson Mandela.

Luego vino el estreno en Los Ángeles, red carpet incluida, esta vez sentado junto a la  hija de Mandela. Pero el lanzamiento más emotivo ocurrió justo antes de Navidad, cuando El País de España elegía a El factor humano como uno de los mejores libros del año y la prensa norteamericana daba como favoritos para el Oscar a Eastwood y a Freeman. Fue en Johannesburgo. Y esta vez, al lado de Carlin, estuvo Henrietta Mqokomiso, quien fue su empleada durante los seis años que vivió en Sudáfrica. Henrietta lloró de principio a fin. Ella también cumplía un sueño tras el fin del apartheid: dejar de ser una sombra para convertirse en una ciudadana.

* Directora de Periodismo de la U. Finis Terrae

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