Por Álvaro Bisama Diciembre 26, 2009

Vamos a volver sobre esa imagen por un buen tiempo más. Sobre la imagen de Susan Boyle, la verdadera reina de Inglaterra. Porque quizás no hay nada más maravilloso que ese casting donde Susan Boyle va, abre la boca y canta como los dioses. Todo está en YouTube y lo que viene a continuación (el estrellato inmediato, la final perdida de Britain's Got Talent, el acoso de la prensa, la crisis nerviosa, los 1,4 millones de copias vendidas de I dreamed a dream su disco debut) no se compara con ese shock inicial, con la mirada inexpresiva de esa mujer desempleada que canta un fragmento de Les misérables y nos deja encandilados para siempre. Pues ¿de dónde sale esa voz, de dónde aparece? Porque Susan Boyle es un milagro inesperado: una voz atrapada en un cuerpo que no puede contenerla, que le queda chico, que es sólo un señuelo. Porque la voz es real. El resto es ficción. O televisión: gracias a Boyle la TV luce como el verdadero cine social, el único documento confiable de lo real. Porque Susan Boyle y su voz superan toda cinta de Mike Leigh, cualquier libro de McEwan, cualquier columna ponzoñosa de Amis. Helen Fielding no puede hace chick lit con ella ni el idiota de Simon Cowell puede decirle nada, aunque finja rendirse a sus pies. Susan Boyle es la venganza simbólica de la vida contra los realities, contra los expertos en la nada, contra los explotadores del talento ajeno. Cuando uno escucha a Boyle es capaz de percibir el revés de la trama, ver más claro al resto del mundo. Al lado de ella, Britney es sólo una niña abusada y Madonna, con suerte, una mujer histérica. De hecho, los programas tipo American Idol deberían terminarse ahora mismo porque Boyle demuestra que no pueden predecir nada, no pueden suponer ni inventar nada. Boyle señaló su ocaso, su fin. Al lado de Boyle (que cantó para Obama y ahora está dispuesta a tomarse por asalto los Estados Unidos) lucen fútiles e innecesarios. Porque Boyle está más allá de los realities, más allá de cualquier cine o novela social. Brenda Blethyn no puede interpretarla. Menos Emma Thompson.  Por supuesto, esa transparencia conmueve pero también asusta. Fulmina. En una época en que la vida digital hace tambalear la soberbia de una industria musical que estrujó sin piedad cuanto tuvo a mano, Susan Boyle nos recuerda lo que no pudo ver jamás, lo que nunca habría pasado por su puerta. Ella nos recuerda que la verdadera música siempre estuvo en la calle, en los sueños secretos de los ciudadanos, en la vida que existe cuando la televisión se apaga y nos quedamos solos y las canciones que nos cantamos a solas son lo único que nos hace compañía en medio de la oscuridad.

* Escritor y autor de Música Marciana

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