Por Andrés Gomberoff S.* Diciembre 26, 2009

El martes pasado fue un día triste para la ciencia chilena. Tras conocerse los resultados del concurso regular Fondecyt 2010 demasiadas caras de desaliento y amargura deambulaban por los pasillos de universidades y centros de investigación. Y claro, a nadie le gusta perder, menos aún a personajes que suelen poseer abultados egos. Pero en esta ocasión el golpe lo acusaron no sólo los perdedores.

Para muchos quienes nos dedicamos a la ciencia los resultados del concurso provocan perplejidad. Sería más simple de entender si el discurso que oímos con frecuencia por parte del gobierno fuera similar al de aquel renombrado empresario para el que la ciencia es un lujo innecesario en un país pobre como el nuestro. Sin embargo, el discurso oficial se adorna con alegres alabanzas a la importancia de la ciencia, la tecnología, el desarrollo y la investigación. Aun así, buena parte de los científicos parece sentirse al margen de todo este optimismo.

Es que Fondecyt ha demostrado ser la herramienta más exitosa y transparente para el financiamiento de la ciencia en Chile. Se caracteriza por apoyar directamente proyectos de investigadores individuales o de pequeños grupos: las pymes de la actividad científica. Los últimos 15 años han visto un aumento sustantivo del tamaño y madurez de la ciencia en el país. Aun así, Fondecyt no ha visto ningún aumento presupuestario sustancial durante el mismo período. Personalmente, como miembro de uno de los grupos de estudio del concurso Fondecyt, he sido testigo de cómo proyectos muy bien evaluados no alcanzan a ser financiados debido a una falta de recursos que no tiene justificación.

No desconozco el hecho de que los gobiernos de la Concertación han creado un conjunto importante de nuevas herramientas para el financiamiento de la ciencia (Iniciativa Científica Milenio, Proyectos Basales, Anillos y Fondap, entre otros). A diferencia del Fondecyt, éstos financian a grupos más numerosos de investigadores: la mediana y gran empresa científica. La idea era buena, y suponía que estos nuevos fondos descongestionarían el negocio de los grupos más pequeños financiados por Fondecyt.

Pero finalmente no fue así. Sucede que la autoridad decidió que las distintas fuentes de apoyo a la ciencia no son incompatibles. Esto quiere decir que un científico puede recibir -por esencialmente el mismo trabajo- financiamiento, e incluso honorarios, de distintas ventanillas del Estado. El dinero se concentra así en las grandes empresas, al tiempo que las pymes son, una vez más, las grandes perdedoras. Y las pymes de la ciencia son los emprendedores independientes, los grupos que han brindado su vida a sus pequeños laboratorios. O jóvenes audaces que luchan por inaugurar líneas originales de investigación. Los más prometedores, precisamente, son los que vi caminar ese martes con desaliento por los campus universitarios.

* Departamento de Física de la Universidad Católica

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