Por Felipe Barros* Diciembre 19, 2009

Dos caminantes se separaron en un bosque hace 6 millones de años. Un camino condujo al chimpancé, que nos supera en fuerza, mordedura y agresividad; el otro terminó en nosotros, de brazos delgados, dientes débiles, y dados a la depresión. La verdad es que en un combate cuerpo a cuerpo, Tarzán le hubiera durado 3 segundos al león y no mucho más al marido de la mona Chita. Sin embargo son nuestros hijos los que van al zoológico a mirar chimpancés y no al revés. ¿Como se explica este desenlace? ¿Cuáles son las fuerzas que nos llevaron a ser la especie dominante del planeta? En una escena memorable de 2001: Una odisea del espacio se nos entrega una versión mágica. Un monolito catalizador aparece junto a un grupo de primates, que como resultado aprenden a usar huesos como armas: es el despertar del Hombre. El arte de Kubrick es sublime, pero la ciencia también tiene su versión de los hechos, y el 2009 fue un año de revelaciones.

A veces bastan unos pocos restos, unas cuantas moléculas, para reconstituir el pasado. Los análisis de ADN indican que el último ancestro común a nosotros y a nuestros primos más cercanos -los chimpancés y los bonobos- vivió hace  6 millones de años. Aburrido de que le preguntaran por tal criatura, Darwin apuntó hacia África, lanzando así la legendaria búsqueda del eslabón perdido. En 1974, y luego de 3.2 millones de años de anonimato, los huesos de Lucy fueron desenterrados en Etiopía. De poco más de 1 metro y con un cerebro de 500 cc, esta Australopithecus afarensis fue durante 25 años la estrella indiscutida del panteón familiar. Pero su reinado terminó este año con la presentación de Ardi, una chica de 1.2 metros que vivió a escasos kilómetros de Lucy, pero 50 mil generaciones antes. Como se sospechaba, su cerebro era más pequeño, con apenas 330 cc, similar en volumen al de un chimpancé. Sus brazos largos y fuertes le permitían trepar árboles con facilidad. Al igual que nosotros, los machos tenían dientes caninos poco desarrollados, índice de baja agresividad. El chimpancé es cuadrúpedo y se desplaza por el suelo a gran velocidad, usando los nudillos de las manos, en cambio, la pelvis y los pies del Ardipithecus ramidus nos hablan de un caminar erguido, lento e ineficiente, pero a manos libres. Todo ello sugiere que Ardi no hubiese sido seducida mediante una demostración de fuerza, sino con algún regalito. Tal vez una pierna de búfalo o una fruta exótica.

A 4.4 millones de años de su muerte, Ardi recuerda que los chimpancés son diferentes al eslabón perdido y han seguido su propio camino evolutivo. Por otro lado, nos muestra que el desarrollo cerebral acelerado -característica que nos define como especie- ocurrió después del caminar en dos pies y que, al contrario de lo que se pensaba, la postura erguida no surgió como adaptación a la vida en la sabana, pues Ardi vivía entre árboles. Desde esos tiempos, nuestro cerebro se ha cuadruplicado, emergió nuestra mente y la civilización. ¿Qué fuerzas determinaron este crecimiento acelerado?¿Fue la posibilidad de manipular objetos, a lo Kubrick? ¿Fueron las demandas crecientes del lenguaje y la socialización? Darwin diría que las respuestas a estas preguntas yacen bajo el polvoriento suelo africano.

* Médico y doctor en Ciencias de la U. de Chile. Investigador del Centro de Estudios Científicos

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