Por Ximena Abogabir S.* Diciembre 19, 2009

Un reciente informe, publicado por la Cepal con el apoyo de la Embajada de Gran Bretaña -La Economía del Cambio Climático en Chile-, demostró que el problema aquí es más grave de lo que se pensaba. El 30% de disminución de las precipitaciones entre Valparaíso y la Región de Los Lagos es sólo un botón de muestra que los impactos no sólo serán ambientales y económicos, sino también implicarán importantes costos sociales. La alternancia entre largas sequías e inundaciones se traducirá en desertificación, escasez de alimentos, desempleo y pérdida de biodiversidad. La menor disponibilidad de derretimiento de nieves no sólo alterará el caudal hidrológico de las cuencas, sino también disminuirá el potencial de la hidroelectricidad. Ello, unido a la necesidad de descarbonizar la generación energética, se traducirá en un aumento en el precio del agua y de la energía. Una vez más, las personas de escasos recursos tendrán mayores dificultades para adaptarse y vivir con dignidad.

"El peligro que la guerra representa para toda la humanidad y nuestro planeta es al menos igual que aquel que significa la crisis climática y el calentamiento global" afirmó Ban Ki-moon,  secretario general de la ONU.

¿Quién podrá defendernos? A diferencia de la guerra fría -la que se evitó por la iniciativa del Papa Juan Pablo II al convocar a Ronald Reagan y a Mijail Gorbachov-, hoy ningún jefe de Estado es tan poderoso como para, por sí solo, dar un vuelco sustantivo a la situación. La única solución es la solidaridad global: países industrializados con países en desarrollo, políticas públicas que ayuden a ciudadanos de escasos recursos a tener estilos de vida más sustentables, personas de más recursos que sean capaces de autolimitarse.

Dado que la única salida es la activación de las conciencias de los actuales seis billones de habitantes del planeta Tierra, esta crisis climática representa una potente oportunidad para la Gran Familia Humana, la que deberá hacer honor a su nombre de homo sapiens sapiens. No será fácil para los jefes de Estado comprometerse a disminuir las emisiones de carbono en Copenhague, a menos que evidencien el firme respaldo de sus ciudadanos.

Que no nos ocurra lo de la rana a la que pusieron en una olla con agua fría a fuego lento. No alcanzó a reaccionar cuando comenzó a subir la temperatura, hasta que fue demasiado tarde.

* Presidenta Fundación Casa de la Paz

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