Por Andrew Chernin Diciembre 12, 2009

Nadie llega a Mojave por casualidad. El pueblo, un cruce de caminos casi a los pies de las montañas en California, es como uno se imagina que eran los pueblos fantasmas del lejano oeste. Lo primero que ve el forastero son varios locales de hamburguesas, el oxidado tren de la Union Pacific y las aspas de los molinos eólicos sembrados en los cerros que, a la distancia, parecen crucifijos. Ahí viven cerca de 3.700 personas. Gringos gruesos que manejan camionetas grandes y, que en su mayoría, trabajan en la construcción o en el aeropuerto del pueblo.

Nadie llega a Mojave sin motivos. Sin que sea por un negocio. Sin que haya un asunto pendiente. Y por eso es que a los habitantes de ahí les extrañó la manada de autos lujosos que llegó como una estampida millonaria hasta un pueblo donde la cámara de comercio es un container triste a la orilla del pavimento. Amanda, una rubia de pelo sucio y ojos demasiado delineados que gana sus dólares trabajando de cajera en un Jack in the box, lo anticipa. "Es que hoy llegan los amigos vip de Richard Branson". Amanda, que cuenta esto mientras mastica una hamburguesa en su rato libre, tenía toda la razón. El lunes 7 de diciembre, 800 personas llegaron invitadas a ver por primera vez la SpaceShip Two, la nave con la que Richard Branson subirá a los primeros turistas al espacio en algún minuto de 2011 ó 2012.

Al evento, que ocurrió en una carpa en medio del desierto y en un día especialmente ventoso y frío, asistieron 160 clientes que ya han pagado US$ 200.000 por convertirse en los primeros astronautas por ocio. No fue Leonardo Farkas ni su mujer, que ya compraron sus boletos a través de Cocha. Pero sí estuvo el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger.

Después de una serie de discursos, presentaciones y monólogos sobre lo que significaba vender un pasaje al espacio en un año donde todo lo jodió la crisis, Richard Branson -dueño de Virgin Galactic- y Burt Rutan -ingeniero y propietario de Scaled Composites, la empresa que construye las naves- mostraron la SpaceShip Two, de 60 pies de largo y la bautizaron como VSS Enterprise. Lo hicieron en medio de una noche desértica bajo cero. Frente a los 150 periodistas acreditados y frente a toda una multitud de baby-boomers con billeteras abultadas que ven en esto la oportunidad de tener su última gran aventura. Porque ya han hecho el safari en África y surfeado en las playas de Tailandia. Porque además de la experiencia, un pasaje al espacio es también ser parte de un grupo exclusivo de gente, una suerte de OCDE del espacio que, a pesar de haberlo logrado todo en este mundo, también necesita abandonarlo. Y Branson tuvo que esperar cinco años para poder estar ahí. En medio del desierto, muerto de frío. Convirtiéndose en el mesías de una generación que envejeció muy pronto y que no quiere morir sin antes ver las estrellas.

* Periodista de Qué Pasa, desde California

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