Por Bárbara de Vos* Noviembre 14, 2009

Para celebrar la anexión de un territorio al Imperio Romano, las legiones regresaban a la capital en grandioso desfile, exhibiendo en calidad de esclavos a los vencidos; a sus animales desconocidos y al botín de reliquias robadas al enemigo.

En el 2007, asistí a un simposio sobre Museos Nacionales y Globalización, organizado por el Museo Nacional de Dinamarca. En la ocasión, el director del Museo Británico debió responder a una pregunta sobre la eventual restitución de bienes culturales y patrimoniales a países que otrora constituyeron parte del imperio de la Corona. Su respuesta fue escueta: en un mundo globalizado-dijo-, las colecciones del Museo Británico aseguran un acceso masivo y democrático al goce estético e intelectual de un patrimonio de la humanidad.

Ambas situaciones, tan separadas en el tiempo, vinieron a mi mente al leer sobre las negociaciones que están llevando a cabo Egipto y Grecia para recuperar parte de su patrimonio artístico e histórico, que hoy está en museos europeos.

Estas negociaciones no son nuevas. La Unesco, como organismo responsable de la protección jurídica internacional de estos bienes, ha  generado a partir de 1954 diversas convenciones cuya finalidad es resguardarlos. En 1988, creó el Comité Intergubernamental para fomentar el retorno  de bienes culturales a los países de origen.

La tendencia a devolver patrimonio pareciera ir en aumento. Italia entregó el obelisco de Aksum a Etiopía; la Universidad de Yale reintegró a Perú 300 piezas originarias de Machu Picchu, y Chile devolvió a su vecino del norte el Archivo de Tacna y los libros provenientes de la Biblioteca Nacional de Lima.

Con todo, aún queda mucho por hacer en regiones del planeta donde aún reina la violencia o la pobreza, y el tráfico de patrimonio continúa. De hecho, es de dominio público que cerca del 95% del patrimonio cultural africano ha sido sacado de ese continente.

Los efectos de tales prácticas se hacen sentir: magníficas obras se exhiben culturalmente descontextualizadas. Mientras sus dueños legítimos pierden sus tradiciones; olvidan sus referentes culturales y se empobrecen material y espiritualmente.

Chile todavía no ratifica la convención en contra del tráfico de bienes culturales que ya aprobó la Conferencia General de la Unesco el 14 de noviembre de 1970 en París. Se trata de un gesto pendiente que no debería tardar.

* Directora del Museo Histórico Nacional

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