Por Jorge Viale* Noviembre 7, 2009

La catarata de revelaciones que apareció días antes de la publicación de Open, la autobiografía de Andre Agassi, obedece a la lógica del mercado: el libro se concibe como un confesionario, pero se transforma rápidamente en un producto con valor de cambio. La venta del libro estuvo precedida por adelantos en pequeñas dosis en revistas y diarios europeos y estadounidenses. Así aprendimos que Agassi odiaba a su padre, que tampoco amaba al tenis, que no quería casarse con la actriz Brooke Shields, que por ello consumió metanfetaminas, que jugó una final de Roland Garros con peluca.

El capítulo más grave es aquel que detalla el consumo de drogas y no porque la depresión del Kid de Las Vegas inspire lástima. Lo fundamental para analizar es la forma en la que Agassi pudo escapar de la sanción: una simple carta a la ATP repleta de mentiras y excusas. Listo, Agassi perdonado, el show debía continuar.

Hoy, la ATP rechaza esa acusación y los colegas del ex Nº 1 del mundo empiezan a quejarse, públicamente o en privado, del trato preferencial de las figuras a la hora de controlar. Ya en 2004, Marcelo Ríos dijo: "Yo sé que si le detectan a Agassi nandrolona, no lo van a decir. Él es un tipo muy fuerte en el tenis y el tenis se vendría abajo si lo agarran con doping. La ATP no lo diría".

En aquel caso de 1997, Agassi se justificó alegando que había tomado un refresco de una vaso contaminado de un asistente que consumía anfetaminas. En 2005, Mariano Puerta utilizó un argumento similar: había usado un vaso de su esposa (que en ese momento tomaba una medicación) minutos antes de la final de Roland Garros. Al argentino le dieron ocho años de suspensión, luego se la bajaron a dos aunque aceptaron su versión a medias: no creyeron en la teoría de la contaminación, y sí en el acto deliberado o inconsciente de un tercero. Entre Agassi y Puerta el trato era distinto.

En 1997, los controles no eran lo suficientemente estrictos y estaban a cargo de Mark Young, uno de los responsables de la ATP. Hoy el órgano de control es la Federación Internacional de Tenis bajo la supervisión y reglas de la WADA, la Agencia Mundial Antidoping, creada en 1999. Francisco Ricci Bitti, presidente de la FIT, intentó diferenciarse: "Hoy no podría suceder un caso como el de Agassi. Su confesión no hace más que reforzar la idea de que necesitamos controles más severos". La FIT asumió la responsabilidad de la administración en 2006 y un año después se sumó la WTA, la asociación femenina.

El control de la lucha contra el doping está centralizado y, afirman desde la FIT, es cada vez más confiable. En este camino, incluso les piden a los jugadores que detallen dónde estarán en una hora de cada día durante los siguientes dos meses, para un eventual control; hecho que fue criticado por invasión a la privacidad. "Si estoy con una chica en la cama, ¿debo llamar a los dirigentes de la FIT para que vengan a verme?", ironizó el ruso Marat Safin.

La FIT detecta el doping y el jugador va a juicio con un tribunal independiente, que emite la sanción. Así, en los últimos años, las suspensiones incluyeron a dos figuras, Martina Hingis (dos años por cocaína) y Richard Gasquet (tres meses por lo mismo). El debate, las sospechas, todavía no cesan. ¿Debe ser penado con igual severidad aquel que consume drogas "recreativas" que el que intenta sacar ventaja deportiva? ¿Sigue habiendo encubrimiento para las figuras? Es posible que, con el tiempo, se conozcan más casos como éste. Pero sin biografías de por medio.

* Periodista de tenis del diario Olé de Argentina

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