Por Andrés Gomberoff S.* Noviembre 7, 2009

La innovación está de moda. Todos quieren innovar. A veces ruego que se detengan. Que no hagan una nueva versión de mi procesador de texto favorito. Que no modifiquen las pruebas de ingreso a las universidades. Que no inventen nuevas herramientas de apoyo a las ciencias. Lamentablemente hay demasiados innovadores. Demasiados "expertos" en innovación que deben justificar sus salarios. Demasiados políticos pregonando novedades.

Tenía razón Coco Chanel cuando decía "¡Innovación! Uno no puede estar permanentemente innovando. Yo quiero crear clásicos".  Para hacer innovación significativa es necesario amar a esos clásicos. Ése es finalmente el rol principal que los científicos juegan en su actividad. Llevar esos clásicos como una antorcha olímpica que ilumina sus viajes por los oscuros pasadizos de la ignorancia. Que los fuegos de artificio de la innovación jamás nos distraigan de esta importante misión.

Cuando la ansiedad antiinnovadora me consume, me encierro en el baño. Ese pequeño espacio de intimidad donde el universo se congeló en el siglo XIX.  Donde todo es tecnología ancestral que no ha sido modificada en el último siglo. ¡Y qué bien funciona! Sobre todo el WC.

Hasta que fue prohibido en 1395, la gente en París podía arrojar sus excrementos por las ventanas siempre que antes gritara 3 veces "¡Gare l'eau!". Las cosas afortunadamente cambiaron. El inodoro tal como lo conocemos hoy fue creado 4 siglos después por el relojero escocés Alexander Cummings. Él fue quien incluyó la famosa válvula atrapa-olores: un sifón con forma de "S" que retiene agua en su interior, aislándonos de las emanaciones del alcantarillado. Pequeñas mejoras se hicieron en el siglo XIX. Quizás la gran obra maestra en el arte de alejar nuestros despojos fue un inodoro diseñado por George Jennings, bautizado como "Vaso de Pedestal", que ganó la Exposición Sanitaria de 1884 luego de quedar completamente limpio con una descarga de 9 litros de agua. El aparato habría sido capaz de arrastrar "10 manzanas de 3 cm de diámetro, 1 esponja plana de 11 cm de diámetro, residuos de plomería que había en el recipiente y 4 trozos de papel, adheridos fuertemente a la superficie sucia".

Tras el funcionamiento del sifón del inodoro está el esfuerzo mancomunado entre las fuerzas de gravedad y la presión atmosférica. El tubo de descarga hace un sinuoso recorrido: primero baja un poco y luego sube casi hasta la altura de la taza, para luego volver a bajar a las profundidades del alcantarillado. Una "S" acostada. Este diseño permitió matar dos pájaros de un tiro. Primero, estaba la idea original de Cummings: la primera curva, en forma de "U", deja atrapada agua, manteniendo un sello que evita emanaciones gaseosas desde el alcantarillado. Segundo, el diseño de una pieza, sin partes móviles ni válvulas,  permite un funcionamiento higiénico sin necesidad de mantención. La descarga se efectúa  introduciendo agua al retrete, de manera de llenar de líquido la "S" hasta que alcance el final de ésta, suficientemente abajo como para gatillar el mecanismo de sifón. El contenido es vaciado violentamente con el característico sonido de succión, y la última porción de agua, ya limpia, queda en la "U". Un clásico. Demasiado ingenioso como para intentar una innovación. 

Quizás una vez al año deberíamos decretar el día de la no innovación. Tomar a todos esos innovadores, sus ideas, sus sonrisas, y en un acto de venganza universal meterlos en un retrete cósmico. Y en nombre de Ctesibios, Cummings y Jennings, tirar la cadena.

* Departamento de Física de la UC

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