Por Juan Carlos Jobet* Noviembre 7, 2009

Nunca le oí a mi primo hablar de política. Pero el otro día llegó transmitiendo sobre ME-O. Que votará por él. Que es su candidato.

Le pregunté qué bicho le había picado. Es que ME-O es mi candidato, me dijo. ¿Cómo que es tu candidato, de qué estás hablando? Te conozco hace años, y de socialista y progre no tienes nada. No veo qué tienes en común con él más allá del pelo largo y lo mal que modulan. ¿Qué te hace pensar que sería buen presidente? No sé, me dijo, es joven, es simpático, es relajado.

Traté de hacerlo entender que no estaba eligiendo compañero de farra. Que tenía que elegir a alguien para que, llegado el momento, se haga cargo del país. Pero lo que yo decía le entraba por un oído y le salía por el otro. Algo lo movía y yo no entendía qué era.

Cuando estaba a punto de rendirme y ponerme a hablar de fútbol, mi primo veinteañero me dijo, mientras hablábamos de las posibilidades de ME-O en la elección, que él iba a ayudar a ME-O a pasar a segunda vuelta.

Cuando lo oí decir esa frase me acordé del sicólogo Daniel Gilbert y su libro Stumbling on Happiness, y pensé que quizá ME-O le ofrecía, más que ninguna otra cosa, una posibilidad concreta de sentirse protagonista, de sentirse en control. Que aunque él mismo no lo pusiera en esos términos, era eso lo que lo movía.

Según Gilbert, los seres humanos nacemos con un deseo muy fuerte de controlar el mundo que nos rodea. Nos atrae el control no tanto por lo que nos permite conseguir. Nos atrae el control por el simple placer de ejercerlo. Si la vida fuera un barco, sentimos el deseo de estar al timón no porque nos interese ir a este puerto o al otro. Nos gusta estar al timón simplemente porque se siente bien. Punto.

Cualquiera que le haya ofrecido a un niño sentarse sobre las piernas y tomar el volante de un auto en movimiento, entiende el punto de Gilbert. Entregado al placer que le genera manejar, un niño puede encaminar el auto hacia un barranco, y mantener todo el tiempo una sonrisa en la boca, simplemente porque va manejando, porque siente que está en control.

Gilbert me hizo pensar que las ganas de votar por ME-O están relacionadas con ese deseo que a veces nos invade de estar en control, más allá de las consecuencias. ME-O se enfrenta a tres candidatos que llevan años en la escena política y que tienen, por tanto, un cierto dejo de inevitabilidad. Él, en cambio, es un fenómeno nuevo, en desarrollo, que está siendo creado día a día por quienes se suman a su campaña. Así las cosas, no es raro que sea él quien despierte en sus votantes más sensación de estar moviendo el timón.

Y ahí entendí lo que me frustra del fenómeno ME-O. Me frustra cuando la gente le da su apoyo simplemente porque les hace sentir ese airecito en la cara, ese vértigo pasajero de sentirse protagonista, a cargo del timón, sin razones de fondo para pensar que con él el barco llegará a mejor puerto.

* Socio de Asset Chile. MBA y MPA de Harvard

Relacionados