Por Juan Carlos Fau Octubre 31, 2009

- ¿Cuánto vale el libro de la micro? El que sale en la 401… Ése que es reencachado…

- $11.900, La barrera del pudor, de Pablo Simonetti.

- Ése.

Así se han vendido algunos de los 10 mil libros que lleva facturados el escritor más leído del segundo semestre. Nunca es la mayoría, pero es curioso que te pidan los libros de esa manera.

El dato blando indica que el 80% del público que entra a la librería no tiene claro lo que busca. Cuando el vendedor de la tienda resulta ser un inquisidor intelectual, el agredido cliente saca de su breve memoria literaria algún apellido familiar: Allende, Edwards, Ampuero, Skármeta… y no mucho más.  Esto no quiere decir que en la construcción de un superventas influya un apellido breve, fácil de recordar y pronunciar: Carla Guelfenbein ya es solicitada con cierta musicalidad y prestancia. Pero un escritor con presencia en los medios, amable, dispuesto a las buenas y las malas preguntas, tiene infinitas más posibilidades de ser leído que el prototípico novelista mezquino con sus declaraciones.

El autor que considera que la exposición no es digna de su talento literario deberá conformarse con ser leído por sus primos y sus tías. El máximo arrebato creativo de las editoriales consiste en un pendón. Y si la apuesta es grande, un pendón más grande. Las revistas de literatura en Chile son coleccionables, no por el talento: es porque si pasan del tercer número será un fenómeno. Los espacios en TV son preciados, pero desmedidamente exigentes para aquellos que necesitan de 400 páginas para entregar su mensaje. La radio es una gran aliada para los escritores, y la mayoría sostiene su promoción en esa plataforma, pero no alcanza, porque todo pasa por la "buena onda", porque lo inviten, porque las editoriales no tienen presupuesto, porque todos dejan los libros en manos del vendedor inquisidor, rezan dos padresnuestros y nos vemos a fin de mes.

No es un problema que tenga que ver con la cultura, con la cantinela del IVA, con lo incultos de los chilenos, con lo que gasta el Estado en la promoción de la lectura. Tiene más que ver con la escasa preocupación de los sellos por sus autores, o la escasa preocupación de una empresa por sus productos.

La campaña de Simonetti en el Transantiago es inusual, las micros llevan en sus espaldas de oriente a poniente la novela más vendida del año, sin la necesidad de palmotear a nadie, sin tener que mendigar un rinconcito de la programación. Sólo se necesitó de un escritor dispuesto, de un presupuesto, y un profesional del marketing. Todo eso que es obvio, para las editoriales es un sueño.

* Periodista. Dueño de la librería Qué Leo

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