Por Gonzalo Maier Octubre 10, 2009

La idea prendió rápido. Muy rápido. De hecho, en sólo un par de años pasó de ser un moda entre los adelantados de Prenzlauer Berg, el barrio más cool de Berlín, para transformarse en un objeto turístico que, a estas alturas, ya es un número obligado en las guías Lonely Planet. En Alemania, por si acaso, le dicen Ostalgie y está en todas partes. Pero lo que no aparece en las guías es que algunos lo dicen con risa y otros con cansancio.

Al menos en el papel, Ostalgie es la suma de Ost (Este) y Nostalgie (Nostalgia). Más sencillo imposible: nostalgia del Este. Nostalgia de la RDA. Nostalgia, para ser más claro, del antiguo imaginario cultural de la Alemania Democrática. Pero, en la práctica, es un fenómeno bastante más complejo. Es que es un hecho que 20 años después de la caída del Muro, la adaptación de las familias criadas en el Este no termina de cuajar del todo con ese nuevo Berlín que, en la ultravisitada Platz des 18. März, se ofrece como la verdadera y única capital europea.

Hoy es sólo cosa de cruzar la puerta de cualquier tienda de souvenirs para encontrarse con el Ampelmännchen, un señor de color verde que usa un coqueto sombrero. Él es el símbolo de los viejos semáforos de la RDA que intentaron eliminar a comienzos de los 90 y que hoy, en cambio, son los iconos más representativos de la ciudad. De hecho, en la más popular de las tiendas de cachivaches, todo -abrelatas, paraguas, lápices, sombreros y lo que sea- tiene como motivo al inolvidable hombrecillo de los semáforos.

Pero hay más: es sólo cosa de dar vueltas por barrios como Mitte o Friedrichshain para tener la oportunidad de sacar un par de euros del bolsillo y comprar una patente de la vieja Alemania, una botella de Vitacola (la versión no capitalista de la Coca Cola), buzos deportivos de alguna jubilada selección del Este o, ya en la East Side Gallery, marcar nuestro pasaporte con el antiguo timbre que estampaban al cruzar el Muro.

En la vereda más creativa de la Ostalgie, hay tours delirantes como el Trabi-Safari, en donde, por 30 euros, cuatro personas recorren Berlín en un Trabi, el más popular de los autos que, durante años, llenaron las calles de la RDA. O el muy chistoso Ostel, un hostal que está decorado tal y como si aún estuviéramos en 1970. Sí, con fotos de líderes políticos incluidas.

El asunto, como ya sospecharán, es que cuando la integración cultural termina transformada en una chapita significa que algo salió mal. Pero sí, es cierto, no por eso deja de ser entretenido.

* Periodista de Qué Pasa

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