Por Pedro Gutiérrez* Octubre 10, 2009

Francia, el modelo mundial de enseñanza pública, se enfrenta, como toda Europa, al problema del ausentismo escolar, contra el que ha comenzado a poner a prueba un plan experimental de subvención al alumnado por llegar puntual a clases y, suponemos, no insultar ni golpear a los profesores.

Tres liceos del Gran París han formado esta semana un fondo de 2.000 euros, incrementable hasta los € 10.000, para aquellos alumnos o cursos que tengan la bondad de asistir a clases, y con ese dinero desarrollar actividades culturales, viajes, exposiciones o todo aquello que enaltezca a posteriori el espíritu. Tanto la derecha como la izquierda, la Francia estatista, que aguanta contra viento y marea, truena contra el plan, acusándolo de ventajista y degradante.

Un esquema similar, pero mucho más crudo, funciona desde el año pasado en el Reino Unido, donde alumnos de 16 a 18 años de familias de pocos recursos reciben un salario semanal y una prima anual por ir a las aulas.

El propio ministro francés de Educación, Luc Chatel, no se ha atrevido a desautorizar la iniciativa, a ver si así las aulas se medio llenan, pero se ha dado demasiada prisa en asegurar que no era idea suya.

Las críticas apuntan a que un alumno que sólo vaya a clase porque le premien de manera tan mercenaria es el perfecto candidato para la frustración social, cuando compruebe que en la vida del trabajador raramente se recompensa la buena conducta.

La imagen que proyecta la idea francesa es la de una civilización que sufre fatiga de materiales, en la que el esfuerzo individual no se sanciona con una valoración cotidiana. Con este personal, Adam Smith nunca habría podido escribir La riqueza de las naciones.

* Periodista de El País de España

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