Por Santiago Roncagliolo* Octubre 3, 2009

En 1993, tras un año en la cárcel, el líder de Sendero Luminoso Abimael Guzmán apareció en las pantallas de televisión de todo Perú. Ya era poco usual que el terrorista más letal de su historia ofreciera un mensaje a la nación. Pero más inesperado aún era el contenido de sus palabras: acompañado por todo su estado mayor, Guzmán pidió a sus huestes y al Estado peruano un acuerdo de paz. Su aparición   -en horario de máxima audiencia- había sido cuidadosamente planeada por Vladimiro Montesinos, asesor de inteligencia del gobierno quien, de hecho, engañó a Guzmán. El acuerdo de paz nunca llegaría. Pero después del mensaje, los desmoralizados senderistas podían desmovilizarse sin sentir que traicionaban a su líder. Y eso hicieron. Al menos los que pudieron.

Más complicada era la situación de las columnas que operaban en los valles de producción de coca. Ahí, Sendero había llegado a un acuerdo con los campesinos cocaleros: los senderistas controlaban el precio de la hoja y cobraban un impuesto por su venta a los narcotraficantes. A cambio, proporcionaban milicias defensivas, jueces y maestros. Sendero, en esas zonas, era el Estado.

Para esas columnas, ya no había marcha atrás. Estaban cercadas por el ejército y guiadas por el único alto dirigente que estaba libre, el "camarada Feliciano". La aparición de Guzmán en TV los dejó abandonados y aislados. Lo acusaron de traidor y cobarde, y anunciaron que continuarían la lucha armada. Hoy, con armas pagadas por los narcotraficantes, ésas son las columnas que atentan cada vez más exitosamente contra la policía y las Fuerzas Armadas de Perú.

Rigurosamente hablando, no se trata de Sendero Luminoso: no responden a sus dirigentes, no siguen sus métodos y carecen de proyecto político. De hecho, a los viejos senderistas presos no les beneficia en nada el resurgimiento de sus ex compañeros. La mayoría está pidiendo beneficios penitenciarios, y un rebrote senderista aleja cualquier posible reducción de penas. Actualmente, los senderistas presos y los que actúan en los valles se odian mutuamente.

Y, sin embargo, éstos reivindican su derecho a llevar el nombre del grupo: es un nombre útil, porque da miedo. También a los militares les conviene ese nombre: luchar contra los sicarios de los narcos es rutina, pero luchar contra Sendero Luminoso es guerra. Y cuando hay guerra, crecen los recursos para las Fuerzas Armadas.

Pero atención: que Guzmán no dirija los ataques tampoco significa que se haya vuelto un corderito. La reciente publicación de sus memorias es una provocación al Estado y una jugada muy hábil, porque él gana en cualquier caso. Si circula su versión de los hechos, se da por servido. Y si el libro se prohíbe, habrá más artículos de prensa -como éste- sobre un hombre que hasta ahora se marchitaba en prisión.

Más de 15 años después de su caída, Sendero Luminoso sigue planteando trampas a Perú. En los 80, el Estado cayó en todas sus celadas y la violencia de ambas partes terminó costando casi setenta mil vidas. Si la actual situación no se desborda, los peruanos demostraremos que hemos aprendido de nuestros errores.

*Escritor peruano. Autor de "La cuarta espada", sobre el líder senderista

Relacionados