Por Fernando Paulsen Octubre 3, 2009

Los intentos de anticipar y controlar las consecuencias de la revolución digital, particularmente en las áreas legales, periodísticas y económicas, han seguido una camino impensado: lo que se haga, prediga o calcule, queda corto, se desvía de las metas pronosticadas o da pie a realidades que ni se imaginaron. Eso vale para situaciones tan disímiles y distantes como la nueva legislación chilena sobre propiedad intelectual, y el intento del diario The Washington Post de fijar reglas a sus periodistas sobre el uso de Twitter. Lo que se haga, aunque parezca justo y necesario, va a quedar prontamente obsoleto ante el empuje incontenible de la creatividad hecha multitud conectada.

El caso del Post es quizás peor. Aquí se juntan cambios tecnológicos con cambios profesionales y culturales. No sólo se intenta contener la nueva individualidad en red que significa Twitter (que lo que escriban sus periodistas en Twitter no contradiga las versiones del Post), sino se hace en un contexto de profundas modificaciones en la forma de reportear, procesar y difundir las noticias de medios escritos tradicionales. En el ADN de la cultura digital está la priorización de la subjetividad del usuario. Autorizar el uso de Twitter, pero subordinar su uso a una imagen corporativa, es como enseñarle a volar a alguien siempre que no salga de los límites del patio de la casa. Una cosa destruye la estructura rígida de la otra. Los medios y sus periodistas, al incorporarse al mundo digital, dejaron de ser canales de una vía: del diario al público. Pero no pasaron a ser de dos vías, con mensaje en una dirección y feedback en sentido contrario. No, se multiplicaron las vías para difundir y para reaccionar.

Esa renovada demanda es especialmente exigente en contenidos. Y convoca al periodista digital a asumir la lógica de la red, su subjetividad impenitente, con el único límite de la madurez profesional para no atentar contra la imagen formal de su lugar de trabajo. La cultura digital multidimensiona al periodista, acostumbrado por casi un siglo a sumergir sus ideas detrás de un logo y los editoriales de los dueños.

Twitter libera las identidades, lo que en el caso del periodista-usuario mejora la calidad de su trabajo: al conocerse más sus ideas, el público puede aquilatar con más información su labor profesional, sus sesgos e intereses y, por ende, está en mejor posición para depositar o no su credibilidad en el trabajo periodístico. Eso no se detiene con reglas ni instrucciones amenazantes. Esa actitud lo único que hace es retardar por un segundo el movimiento inevitable a una nueva profesión, todavía en periodo de gestación.

*Periodista y panelista de Tolerancia Cero

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