Por Abigail Schiff * Septiembre 26, 2009

Este año llegué a Santiago gracias al programa para estudiantes de pregrado de la Universidad de Harvard. Me llevé grandes sorpresas con el sistema chileno de salud: por su composición, por el éxito de la reforma, por su desigualdad y por su amplitud en comparación con el de EE.UU.

En mi estadía pude conocer el J.J. Aguirre, un consultorio en San Joaquín, una posta en Pomaire y la Clínica Las Condes.

Primero que todo: fue un shock ver la diferencia de recursos entre la clínica y la posta. Sin embargo, gracias a Fonasa, los pacientes de la posta, del consultorio y del hospital público tienen acceso a médicos bien preparados y a medicamentos y tratamientos adecuados. Sólo una vez un tratamiento debió ser cambiado por causa de la cobertura de salud.

Los doctores con los que hablé tenían distintas impresiones del AUGE, pero hay cierta coincidencia en que éste ha logrado disminuir la espera y asegurar tratamientos para muchas enfermedades, lo que es un problema en cualquier parte del mundo.  Es cierto: los médicos deben actuar con pocos recursos y bregar contra enfermedades vinculadas a la pobreza (todo un desafío, incluso para los mejores profesionales), pero la calidad promedio del sistema público me pareció bastante buena, no obstante las tremendas desigualdades.

Me llamó la atención la diferencia cultural entre la salud de Chile y la de EE.UU. En Chile, el enfoque del sistema público está en la solidaridad: los médicos tienen más tiempo para conocer a los pacientes. En EE.UU., la cultura de litigación, la concepción de la medicina como empresa y la presión de HMO (organizaciones de mantenimiento de salud) han hecho que los doctores no tengan tiempo para conversar con los pacientes y deban enfocarse sólo en los tratamientos. En Chile, la gente tiene más respeto por los médicos, mientras que en EE.UU. los pacientes se sienten expertos luego de pasar horas investigando en internet. Además, existe una mayor atención a la salud primaria en Chile. En mi país, en cambio, debido a la cantidad de gente sin seguro o con malos seguros, es carísimo visitar el médico y comprar medicamentos, y muchos deben esperar mientras su enfermedad se agrava. En todo caso, no hay que desconocer que el sistema estadounidense tiene algunas ventajas: por ejemplo, innovación con procedimientos médicos muy avanzados y entrenamiento de salud de buena calidad.

El plan de Barack Obama consiste en introducir regulaciones del seguro privado (las isapres), y la creación de un seguro de salud público abierto para los que no son pobres ni viejos y que ya están cubiertos por los seguros privados. Si bien el sistema chileno no es perfecto, puede proveernos un buen ejemplo de cómo hacer esta combinación de seguros, que sin duda generará un modelo mucho más equitativo que el nuestro.

* Alumna de Harvard en Biología y Política de Salud

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