Por Jorge Viale, desde Buenos Aires* Septiembre 19, 2009

Una combinación extraña de talento, hambre de superación, esfuerzos familiares y privados, sumados a una ayuda oficial limitada, permiten que el tenis argentino hoy pueda continuar por el camino de los éxitos, aquel que se inició con la camada que lideraron Franco Squillari, Guillermo Cañas, Gastón Gaudio, Mariano Zabaleta y Mariano Puerta. Juan Martín del Potro, campeón del US Open, es el último y valioso exponente.

Ese grupo inicial, que terminó regresando al equipo argentino de la Copa Davis al Grupo Mundial en 2002, jamás contó con la ayuda de la Asociación Argentina de Tenis, una asociación civil cuyo objetivo es fomentar el desarrollo del deporte y acompañar el desempeño de los tenistas juveniles. Los gastos fueron exclusivos de los jugadores y sus familias, sumados a una ayuda clave: los sponsors privados. Habitualmente anónimos para la prensa (nunca quisieron darse a conocer), estos inversores, empresas o individuos, apostaban al jugador esperando un futuro de éxitos con el debido reintegro proporcional de lo invertido. Mientras tanto, la AAT, con un presupuesto anual irrisorio si se lo comparaba con el de las potencias europeas (apenas US$ 800 mil), se veía envuelta en un caso de corrupción por un faltante de caja de US$ 200 mil que derivó en un proceso penal en 2001.

El contexto económico jugó un papel fundamental que favorecía el desarrollo de estos jugadores: desde 1991 regía el Plan de Convertibilidad, que igualaba al peso argentino con el dólar, por lo que viajar y alojarse en EE.UU. y Europa no representaba un costo tan alto.

Guillermo Coria y David Nalbandián, dos fenómenos únicos, sí contaron con apoyo de la AAT. El resto de la historia ya adquiere una explicación más cercana a lo específicamente sociológico: jugadores del Tercer Mundo que debieron luchar y saben el papel del esfuerzo. Personas que conocen el significado de la competencia desde temprana edad y eso los ayuda a superarse. El efecto imitación que hace que ninguno se quede atrás. Una forma típica de pensar del tenista argentino es: "Si aquel jugador llegó a un buen puesto del ranking y yo siempre me acostumbré a ganarle, ¿cómo no puedo hacer lo mismo que él?". Otros países como Inglaterra, Italia, Alemania, el mismo Estados Unidos, potencias con decenas de torneos profesionales por año, no pueden sacar tenistas. Hay muchas comodidades, no hay hambre.

Sin el material humano, el fenómeno sería imposible. Los entrenadores argentinos, los formativos y los de alta competencia, gozan de prestigio y son buscados por los mejores extranjeros (Hernán Gumy, que trabajó con Gustavo Kuerten y Marat Safin, es un ejemplo). En Tandil, la ciudad del tenis argentino moderno, el profesor Marcelo Gómez le enseñó los primeros golpes a Mariano Zabaleta. Un día, Juan Mónaco quiso ser como Zabaleta y empezó a practicar con Gómez. Lo mismo hizo Del Potro, y vaya si superó a Zabaleta.

Hoy se observa el progresivo retiro de la primera camada exitosa y el consecuente bajón grupal, tapado por un fenómeno como Del Potro. Ya no están Agustín Calleri y Guillermo Coria, pronto se irán Gaudio, Cañas y Zabaleta, acompañando un proceso que se da en toda Sudamérica con la madurez de Feña González y Nicolás Massú, la pronta despedida del ecuatoriano Nicolás Lapentti y el bajón del tenis brasileño sin Kuerten. El euro y el dólar conspiran contra el crecimiento de los juveniles, pero se observa una Asociación Argentina de Tenis que invierte en los menores, organiza más torneos y deberá aprovechar el boom Delpo para que el tenis gaucho siga por el buen camino.

*Redactor de tenis del diario Olé.

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