Por Andrew Chernin Agosto 22, 2009

En Slate jugaron a terminar con el mundo. Su mundo. Al final de una serie de temas desarrollados por el periodista Josh Levin para la revista online norteamericana, les preguntaron a los lectores cómo creían que se acabarían los Estados Unidos. Más de 60.000 personas respondieron y dentro de toda esa masa de votos individuales, Levin logró agrupar 144 categorías.

La más popular, que se llevó el 10.5% de las preferencias, era que la patria de Obama se acabaría gracias a un ataque nuclear. Podía venir de Pakistán o de Al-Qaida. Daba un poco lo mismo. Lo que queda es que en más de medio siglo muchos de los miedos americanos no han cambiado. La sospecha por el daño que podría provocar ese enemigo externo, escondido en cualquiera de los alejados rincones no democráticos del mundo, sigue siendo tema. Y es divertido porque ese miedo -que es tan evidente en Washington DC, donde las calles tienen letreros que indican vías de evacuación en caso de un ataque terrorista- convive con la fascinación que siente el norteamericano joven por todo lo que sea extranjero. Sobre todo si viene de bien lejos. Es divertido, porque en una encuesta como ésta aparecen los temores y desconfianzas más primitivos de un país que conoció el miedo hace casi ocho años y que aún no baja la guardia frente a cierta parte de la Tierra. De una encuesta como ésta uno puede decir que al norteamericano promedio, puesto a decidir, diría que su país se acabaría de la misma forma en que habría respondido su padre si le hubieran preguntado lo mismo. Los altos precios del petróleo en una economía que se mueve a base de bencina, sólo aparecen en segundo lugar. Lo mismo que la pandemia que podría desatar una brote bacteriano mortal. La razón puede ser simple. Siempre es más fácil pensar el Apocalipsis si tu amenaza tiene un rostro. Y que no sea el tuyo.

* Periodista de Qué Pasa.

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