Por Atilio Andreoli. Agosto 22, 2009

La vestimenta de los políticos afecta directamente en la percepción que nosotros, los ciudadanos, tenemos de ellos. Nos gusta verlos siempre impecables. Es simple: queremos que quienes nos mandan se vean bien. Así como nos complacemos al ver a nuestros padres bien presentados, un ciudadano se siente orgulloso cuando su presidente luce impecable. Es una forma de demostrar respeto al cargo que ejerce. Y ese respeto pasa necesariamente por la estética.

Dicho de otro modo, quienes tienen el poder político debieran, a través del vestuario y la estética, producirnos seguridad. Estoy convencido de que la presentación de un líder, o de un aspirante a líder, es fundamental para la credibilidad y confianza: puede disminuir o aumentar su aprobación.

Por lo mismo, concuerdo con el ranking elaborado por Time cuando señala que Hugo Chávez es uno de los líderes peor vestidos de la historia. Es lamentable que use colores que aluden a la bandera política que representa. Suele usar camisas rojas, gesto que puede provocar aun más división en su país.

Los militares, ex dictadores y generales que utilizan sus uniformes como vestuario oficial innecesariamente acentúan las diferencias con su pueblo. Cualquier exceso de adorno o de rigidez produce una distancia entre los gobernados y sus gobernantes.

En esto, las mujeres de los líderes deben ser tan cuidadosas como sus propios maridos porque la representación del poder es de los dos y juntos deben encantar al pueblo. Carla Bruni es un caso concreto. Hoy Nicolás Sarkozy es un presidente más aceptado que antes, pues su mujer conquistó al mundo. Pero el caso más concreto es Obama. Si no le hubiese dado importancia a la estética, no habría tenido la cantidad de seguidores que tuvo. Nos conquistó no sólo por ser una opción diferente: su seguridad, su estampa, su imagen y estética -y la de su mujer- nos cautivaron.

* Diseñador y sastre de Ricardo Lagos.

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