Por Rodrigo Paz* Agosto 6, 2009

Para entender por qué un menor desarrolla conductas antisociales habría que partir mirando su cerebro. La revista Science publicó un estudio donde se siguió a 1.200 niños desde los 3 a los 25 años. El objetivo era descubrir qué cosas del ambiente, qué experiencias de vida y qué genes se relacionan con un mayor riesgo de desarrollar conductas delictuales. ¿Qué descubrieron? La presencia de una enzima que baja los niveles de dopamina -neurotransmisor que permite que las neuronas estén activas- en la corteza prefrontal, esa área del cerebro que mantiene la atención, regula las emociones y controla los impulsos. El estudio es categórico: los niños con una genética que determina una menor expresión de la enzima tenían hasta seis veces más posibilidades de terminar en la cárcel que los que no la presentaban.

Ese hallazgo es pertinente al hablar de niños como Cristóbal, conocido como "Cisarro". El sentido común, el imaginario colectivo, dice que este chico -y muchos como él- cae en la delincuencia y/o drogadicción porque les faltó papá, mamá o porque creció en la extrema pobreza. Si bien esto es cierto, es un factor muy poco específico. Hay que poner atención en el diagnóstico médico. No se puede ayudar a estos menores si antes no se mejora el funcionamiento de su cerebro.

Chicos como Cristóbal sufren una enfermedad del neurodesarrollo en las áreas de la corteza cerebral ligadas al temperamento: no controlan sus impulsos, se vuelven agresivos y poco empáticos, y eso los lleva a caer en la delincuencia. Si no se trata médicamente, esto se hace permanente. Y las posibilidades de fallar en su rehabilitación se acercan al 100%.

Mientras antes se ataca esta enfermedad con medicamentos, las posibilidades de éxito son más altas. En niños como Cristóbal, dada su corta edad, se puede lograr, aunque él ya tiene asimilado un estilo de vida antisocial. No será fácil, pero la experiencia dice que cuando niños como él son medicados, la agresividad baja, mejora la capacidad de vincularse con otros y -si se logra desarrollar afecto y seguridad- muchos pueden remirar su vida. La parte neurosiquiátrica sana rápido. Un mes quizás. Las secuelas sicológicas y emocionales tardan más.

Aunque el Sename mantiene una mirada psicosocial del problema, en los últimos años ha cambiado esa visión. Ganó fuerza la idea de la solución médica y, de hecho, aportaron recursos para crear una unidad especializada en el Calvo Mackenna. Pero falta. Es urgente crear una red de siquiatría y salud mental en todo Chile, que identifique tempranamente (4 ó 5 años) a estos niños. Y que trate los casos más graves. Si hacemos eso, la delincuencia juvenil debería caer en al menos un 50%.

*Jefe de la Unidad de Corta Estadía Siquiátrica del Hospital Calvo Mackenna

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