Por Andrew Chernin Agosto 6, 2009

No era un delincuente. No tenía por dónde parecerlo. Joel Tenenbaum tenía 25 años, era graduado de la Universidad de Boston y postulaba a un doctorado en Física. Y Joel, como cualquier miembro de la generación que pasó del ICQ a Twitter, creía que las canciones se podían compartir. Así que bajó KazaA, Limewire y Morpheus. Joel quería escuchar canciones de Nirvana, Greenday y RCHP. Así que las bajó. Llegó a 30 descargas. Era 2003.

Un día le llegó una carta a su casa de Asociación de la Industria Discográfica Americana. Le decían que debía pagar US$ 3.500 por haber descargado canciones a través de un programa Peer to Peer. Un sistema donde no hay transacción monetaria. Donde lo que se tiene, se comparte. Donde la única ética que impera es una suerte de comunitarismo virtual. Así que Joel dijo que no. Que a lo más ofrecía pagar 500 dólares por daños.

Si uno mira los datos duros, que esto les ha ocurrido a 30.000 americanos y que la mayoría paga por miedo, uno podría decir que a Joel lo jodieron por choro. Porque no quiso pagar una suma abusiva (en iTunes cada canción cuesta 99 centavos) y porque creía que esto debía llegar a juicio. Pero en la corte las discográficas norteamericanas desplegaron todo su lobby, apelando a un acta de derechos de autor redactada hace 10 años, para convencer al juez de que sí. De que este tipo, que podría haber sido cualquiera, era la razón de por qué cada año la industria discográfica perdía US$ 12.500 millones y 71.060 empleos. El hecho de que los sellos nunca supieron leer el alcance de las nuevas tecnologías y adaptar su modelo de negocios no se consideró en el juicio. Y Joel pagó por todos. Esta semana fue condenado a pagar una multa de US$ 675.00. Es decir, US$ 22.500 por canción. Y eso, aunque seas un PhD en Física, obliga a declararse en bancarrota.

De esto, sólo puede desprenderse una cosa: ni siquiera un equipo como el que defendió a Joel, que incluía a Charles Nesson -una suerte de eminencia en derecho en internet de Harvard-, pudo ganarle el gallito al lobby de las discográficas. De Joel, lamentablemente, se hará un caso ejemplificador.

*Periodista revista Qué Pasa

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