Por Juan Pablo Garnham, desde Nueva York Agosto 27, 2015

Todos los viernes a las seis de la tarde se abren las puertas de hierro de una pequeña bodega en un callejón llamado Cortlandt Alley, entre Chinatown y Tribeca. Ahí adentro el espacio es de unos tres por tres metros, pero lo que hay es mucho. Una docena de huevos incubándose, 23 objetos que un doctor tuvo que extraer de los cuerpos de sus pacientes, un chocolate marca Trump proveniente de las Trump Towers, una galleta marca Obama proveniente de Mali y una serie de artefactos creados de manera clandestina por reos californianos.

Esta microcolección es Mmuseumm, la creación de tres neoyorquinos. “Estos objetos vulgares son parte de nuestro ADN cultural. Son pequeñas cosas del día a día, que revelan mucho sobre nuestra identidad, sin embargo no había un museo dedicado a este lenguaje”, dice Alex Kalman, uno de los fundadores del espacio. “Hay museos que muestran las obras maestras de la historia del arte, otros estudian las civilizaciones antiguas, pero no hay un museo que mire el mundo contemporáneo a través de artefactos. Es casi una forma de periodismo”.

El museo funciona con “temporadas” anuales en las que sus objetos van variando. Ya van en la cuarta, siempre buscando destacar pequeñas historias ocultas a plena vista. “Me gustan los objetos que son menos obvios, los que son fáciles que pasen desapercibidos, los que tendemos a ignorar”, dice Kalman. “Estamos hoy muy dirigidos a poner atención a ciertas cosas, pero ignoramos una vasta cantidad de otras”.

Por ejemplo, en Mmuseumm hay un pequeño letrero plástico tomado de un motel que dice “Debido a la popularidad de nuestros objetos, nuestro departamento de limpieza ahora ofrece los siguientes ítems a la venta”, y luego entrega una lista de precios de almohadas, toallas y el reloj despertador de la habitación. “Pero lo que pasa acá es que el motel está intentando lidiar con el problema del robo”, explica Kalman. “Encontraron esta forma creativa de embellecer la situación. Es una vuelta de tuerca capitalista muy inteligente”. 

En otra temporada, presentaron una colección de mochilas con motivos de Disney. Aparentemente eran normales, pero en realidad son a prueba de balas. “Hay una serie de empresas en Estados Unidos creando estos productos defensivos para niños”, dice Kalman. “Acá ves un objeto simple, pero que abre un debate tremendamente polarizado en el país, sobre la tenencia de armas y cómo se maneja hoy”.

Y hay objetos que llegan como donaciones de coleccionistas, profesionales o amateur. Como el fotoperiodista David Guttenfelder, que cuando documentó la vida diaria en Corea del Norte aprovechó de ir recolectando detalles de esa experiencia, como una piocha, un tubo de pasta de dientes o un CD. A través de cada uno de estos, era posible echar un vistazo a la vida de los ciudadanos de un país que pocos conocen.

Para Alex Kalman, quien creció en Nueva York disfrutando del Metropolitan o el MoMA, la experiencia de Mmuseumm puede ser un aprendizaje para otras instituciones tradicionales como éstas. “Yo amo estos grandes museos. Pero hay mucho en ellos para evolucionar en la forma que se acercan al público a través de la curación y de los objetos”, dice Kalman. “Los museos suelen tener tanto espacio. Acá cada elemento en el espacio tiene un impacto en los visitantes. Todas las decisiones en torno al diseño de Mmuseumm buscan expresar una idea, no sólo para decir que este es el hogar de una pieza de arte de valor, sino para mostrar que esta es una experiencia y que deberíamos pensar en las cosas de una manera que quizás no lo haces normalmente”.

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