Por Catalina Jaramillo Julio 23, 2015

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Cuando el prestigioso museo inglés Tate Modern contactó a la artista y arquitecta Catalina Pollak hace tres meses para comisionarle una obra para su festival en el Turbine Hall, One day, one city (Un día, una ciudad), la chilena entendió de inmediato que la oportunidad era única. 

El festival, que se realiza este sábado 25 de julio, plantea una ciudad alternativa donde la cultura es para todos, por lo que Pollak encontró apropiado continuar con su exploración sobre la sustitución de espacios privados por espacios públicos. Su último trabajo, Phantom Railings, recreaba acústicamente las rejas de un jardín retiradas durante la guerra para democratizar el uso de parques. Luego de darle vueltas, Pollak le propuso al Tate una obra-jardín. 

The Garden Square Project le pedía a prestigiosas instituciones británicas un paño de 8 x 8 metros de su exclusivo pasto en préstamo por un día para armar un gran jardín público al centro del Turbine Hall. Las cartas de petición se exhibirían con fotomontajes del pedazo de jardín en cuestión y como postales que el público podría llevarse consigo. Al mismo tiempo, los espectadores podrían proponer otras instituciones a quienes pedirle el pasto prestado–loan the lawn, en inglés– y las respuestas se acumularían en una página web como una lista de espacios de privilegio, que en una ciudad utópica, serían espacios públicos. 

Al Tate le gustó la propuesta y la aprobó. Con contrato firmado, Pollak se puso a escribirles cartas a más de veinte instituciones: exclusivos colegios de Oxford y Cambridge, donde sólo los con más alto nivel pueden pisar el pasto, palacios aristocráticos, la Cámara de los Lores, y mansiones abandonadas donde enormes jardines estaban en desuso.

Pero a menos de un mes del festival, y cuando el proyecto ya estaba publicado en la página del museo, Pollak recibió un llamado del Tate. Por un conflicto curatorial, no podrían seguir adelante con la obra y, lamentablemente, no podían darle más explicaciones. Podía, si quería, presentar una nueva idea en tres días.

“La propuesta tenía un trasfondo político, que seguramente fue censurado”, se explica a sí misma Pollak. “Lo que confirma lo efectiva de la propuesta”.

Tragándose la decepción y tratando de usar la situación a su favor, la artista se puso a repensar nuevas formas de expresar la misma intención, hasta que dio con una nueva idea: Sit.

Sit (sentarse) invita al público a hacerse un cojín con papel triturado de diarios y revistas a su elección. ¿Cómo se relacionaba esto con cultura y bien común?, preguntaron los curadores. Muy fácil, dijo Pollak, “los visitantes participan en la producción de una obra y la usan para disfrutar el resto del festival, sintiéndose –literalmente– cómodos en el espacio de la galería”. La propuesta fue aprobada. 

Simbólicamente, sin embargo, la obra tiene otras lecturas. El acto de sentarse sobre algo es en sí un acto de descontento. Basta con recordar los sit ins usados como instancias de protesta pacífica desde los 70. 

Así cuando la artista le pregunte al público sobre qué quiere sentarse –¿Sobre el Daily Mail o el Guardian? ¿Country Life o The Economist?–,  volverá, de algún modo, a su pregunta inicial, esta vez cuestionando a la prensa como institución de privilegio. Y cuando invite a todos a sentarse a las 5 de la tarde, Sit se convertirá en su pequeño, y quizás desapercibido, acto de protesta. Con eso, y con Garden Square Project en el bolsillo, saldrá a buscar un nuevo espacio donde exhibir su idea original. El Tate no debiera sorprenderse si en el futuro recibe una carta pidiéndole el pasto prestado. 

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