Por *Luis Chitarroni Julio 15, 2015

¿Se ha fijado, usted, en que el debate sobre la contingencia suele limitarse a un mismo conjunto reducido de puntos de vista, argumentos y predicciones (usualmente catastróficas si prevalece el punto de vista opuesto)? Esta escasa diversidad contrasta, por ejemplo, con la productiva originalidad de los artistas. Solemos creer que el don de la creatividad sólo está presente en gente como ellos, pero eso no es efectivo.

En 1959, el escritor y físico Charles Percy Snow, en Las dos culturas y la revolución científica, ya cuestionaba ese “pernicioso cisma”. Existen creadores tanto en el arte (la creación artística) como en la ciencia (el descubrimiento), la tecnología (la invención) y la economía (la innovación). Más aún: la creatividad no es exclusiva de mentes destacadas, ni siquiera del ser humano. Por ejemplo, en 1949 los etólogos James Fisher y Robert Hinde reportaron que ciertas aves en Inglaterra crearon un nuevo método de alimentación: perforaban con sus picos el sello de aluminio de las botellas de leche dejadas de madrugada frente a las puertas de las casas. Los psicólogos Robert Sternberg y Todd Lubart definieron la creatividad como “la capacidad de producir un trabajo que es a la vez novedoso (original, inesperado) y apropiado (útil y adaptativo)”.

En los humanos, la  creatividad está presente en lo cotidiano, al encontrar soluciones novedosas para un problema y actuar o pensar lejos de las convenciones. Las bases neurobiológicas de la creatividad se han estudiado con tareas de pensamiento divergente, en las que se mide la capacidad de generar múltiples soluciones a problemas sin una respuesta única, como el test de uso alterno de objetos, en el que se pide indicar usos no convencionales de diversos ítems (¿para qué sirve una botella o un ladrillo?).

Por cierto, el mito del cerebro derecho creador es falso. En la creatividad participan regiones cerebrales de dos sistemas funcionales: la red por defecto, implicada en la divagación y la meditación,y la red de control ejecutivo, que subtiende actividades cognitivas de alta demanda de control, como por ejemplo la inhibición de conductas automáticas. La participación de estas dos redes funcionales es concordante con los procesos de la creatividad propuestos por Graham Wallas en 1926, en The Art of Thought. Por un lado, la preparación y la verificación,en la que el esfuerzo cognitivo se dirige activamente hacia la búsqueda de soluciones. Por otro, la incubación, en la que se “olvida” el problema, y la iluminación, o momento “eureka”.

Karl Friedrich Gauss, el “príncipe de las matemáticas”, relataba así su demostración de un teorema en el que había trabajado durante cuatro años: “Finalmente, hace dos días, lo logré; no gracias a mis duros esfuerzos, sino por la gracia del Señor. Como un relámpago repentino, el enigma se resolvió. Soy incapaz de decir qué hilo conductor conectó lo que previamente sabía con lo que hizo posible mi éxito”.  Pero ese “eureka” fruto del esfuerzo nos sucede a todos. Los estudios sugieren un continuo entre la “gran C” de los genios con altas capacidades creativas y  la “pequeña C”, la creatividad cotidiana de la mayoría de nosotros.

La creatividad es ubicua. Es imposible concebir la  capacidad humana de adaptarse a las exigencias del entorno y crear culturas en el sentido más amplio  sin la creatividad. Así, para el economista Joseph Alois Schumpeter, “la destrucción creativa” es la esencia del capitalismo, “mutación industrial… que revoluciona  constantemente desde el interior la estructura económica, destruyendo constantemente sus elementos envejecidos y creando constantemente otros nuevos”. Y, claro está, la impredecible creatividad humana permite entender lo poco fiables que son nuestras predicciones. Como decía el beisbolista Yogi Berra, “el futuro no es lo que solía ser”.

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