Por Francisco Sagredo Julio 2, 2015

Si un enfermo viniera despertando de un coma o un viajero aterrizando de otro planeta, seguro que al enterarse de las campañas que han protagonizado los dos finalistas de esta Copa América no pondrían en duda que Argentina y Chile han sido, por lejos, los dos mejores equipos del torneo.

Únicas selecciones invictas en sus cinco partidos, los cuadros de Jorge Sampaoli y Gerardo Martino muestran los más altos rendimientos de la competencia, con un 86,7% y un 73,3%, respectivamente. 

La Roja tiene el ataque más goleador con 13 tantos y la Albiceleste el arco menos batido con solo 3 goles recibidos. Además, son los dos equipos que más han disparado al arco (74 veces Argentina y 65 Chile).

Viendo las estadísticas, entonces, ni el convaleciente enfermo ni el interplanetario viajero podrían objetar que la final enfrentará a los dos planteles con mayores merecimientos.

Sin embargo el fútbol, y ahí está su encanto, da para todo.

Lo vemos en el llanto celeste.  En un deporte donde la pasión es el engranaje central que a veces enreda los circuitos lógicos, un sector de la prensa internacional se las ha arreglado para empañar los merecimientos del local.

Se trata de un tufillo tenue pero constante que viene desde el Río de La Plata y que nació, como un huracán, tras la eliminación de Uruguay y el famoso dedo de Gonzalo Jara. 

Transcurridos los días, las ráfagas de acusaciones de robos arbitrales y anti-deportividad se fueron debilitando, pero aún persiste una brisa que emana desde algunas salas de redacción de Buenos Aires y Montevideo especialmente. Brisa que, de seguro, crecerá con la intensidad de un tornado en caso de que la Roja haga historia y se quede con la Copa.

El lloriqueo de los jugadores uruguayos tras su eliminación contradice con su eterna historia de hombría futbolística. Si hay una característica que uno le puede admirar a las selecciones charrúas, además de su competitividad superlativa, es la capacidad para “morir con las botas puestas”, con la frente en alto. 

Pero la actitud de su técnico Óscar Tabárez, de varios de los integrantes del plantel y de la prensa oriental tras caer ante Chile, se ha transformado en una oda al descaro, el doble discurso y la desfachatez.

Tabárez arguyó a los cuatro vientos sobre la “conducta anti-deportiva” de Jara. Exactamente hace un año, ante las críticas que cayeron sobre Luis Suárez por su mordisco al italiano Chiellini en el Mundial de Brasil, afirmó “que estamos en una Copa Mundial de fútbol, no de moralina”. Habrá que asumir que esta vez, para el DT charrúa, Uruguay vino a jugar una “Copa América de moralina y no de fútbol”, entonces.

Los inventores de la “viveza rioplatense”, los paladines de la pierna fuerte y del “meter sin llorar” no han parado de criticar a la selección chilena. Los doctorados en artimañas futbolísticas resulta que ahora, cuando les toca perder de la misma manera que les tocó celebrar tantas veces, se han transformado en los abanderados del fair play.

¿Estuvo bien lo de Jara? Para nada y fue justamente castigado. ¿Reaccionó Cavani ante la provocación? Sí, y estuvo bien expulsado. ¿Que el chileno le recordó al atacante el accidente de su padre 24 horas antes? ¿Y? Ese tipo de artimañas se inventaron en la prehistoria del fútbol sudamericano.

Al final lo que cuenta es que la Roja le ganó con justicia, argumentos futbolísticos y una clara superioridad a un equipo que implementó en esta copa la táctica del “no jugar”. Una selección que remató tercera en un grupo que incluyó a Jamaica. Un cuadro que marcó dos goles en cuatro partidos, es decir, uno menos que los tantos mal anulados a Chile frente a México y Perú. En resumen, bien eliminado Uruguay.  Qué bueno por el fútbol.

Antes del duelo por semifinales entre Argentina y Paraguay, la prensa trasandina gastó mucha tinta afirmando que los tres jugadores albicelestes que estaban a una tarjeta amarilla de perderse una eventual definición con Chile (Sergio Agüero, Lionel Messi y Javier Mascherano) “corrían serio peligro de recibir una segunda amonestación”. Según periódicos como Olé y Clarín “los arbitrajes han favorecido a Chile” y el juez Sandro Ricci llegaría a Concepción con la predisposición de borrar de la final a los tres argentinos.

Obviamente, al día siguiente del duelo, tras el 6 a 1 y la no amonestación de los cracks, en las páginas deportivas de Buenos Aires nadie se acordó del árbitro.

En Argentina, tal como en Uruguay, manejan como nadie la presión externa. Ellos crearon el concepto de que “los partidos también se ganan fuera de la cancha”, y no dejaron pasar la oportunidad que del “dedo de Jara” para generar las suspicacias.

Siendo objetivos, como jamás lo ha sido la militante prensa deportiva rioplatense, en general los arbitrajes que ha recibido Chile han tenido un tinte localista. No es un escándalo:en todo el mundo el equipo local genera una presión extra sobre el juez. Por último, los números y el contundente volumen de juego son argumentos irrefutables de la campaña chilena.

Lo trascendente es que los dos mejores cuadros del torneo disputarán el título de Copa América. 

Será un duelo de fútbol en el que el llanto, las presiones y la moralina no estarán en juego. Será una final que en casi todo el continente, y en especial en Montevideo, verán sólo por tv.  Será una jornada en que la cancha volverá a enderezarse, porque el mundo no estará al revés.

Relacionados