Por Diego Zúñiga Julio 2, 2015

Se supone que como lectores debiésemos ser capaces, siempre, de separar vida y obra, cuando leemos un libro, pero a veces resulta imposible: avanzamos por las novelas y cuentos de Kafka –por citar un ejemplo clásico– y luego, rápido, buscamos sus cartas y sus diarios y tratamos de encontrar en esos restos biográficos alguna señal que nos ayude a comprender, de mejor forma, aquello que nos ha impresionado en sus libros.

De igual forma, hay filósofos y pensadores cuyas ideas parecen estar unidas, irrevocablemente, a sus vidas, a aquellas experiencias que terminarían definiéndolos. El historiador François Dosse escribe en su libro El arte de la biografía: “Cualquier fragmento biográfico puede hacer sentido en la apreciación de una vida filosófica, sobre todo porque algunos filósofos pensaron su vida como si fuera una obra de arte”. Vidas que resultan tan fascinantes como sus ideas.

Quizá por eso, por este cruce inevitable, no resulta sorprendente que hoy, en librerías chilenas, nos encontremos con tres libros donde podemos apreciar esto: Vidas sujetas a escrutinio (Tajamar editores), de James Miller; Ideas de perfil (Hueders), de Carlos Peña, y Walter Benjamin: la vida posible (Ediciones UDP), de Esther Leslie. Libros llenos de ideas y reflexiones contundentes, pero también de una intimidad entrañable.

De James Miller ya habíamos podido leer su monumental biografía sobre Michel Foucault. Sin embargo, en su Vidas sujetas a escrutinio apuesta, más bien, por pequeños perfiles que le permiten retratar la vida e ideas de algunos de los filósofos fundamentales de la historia, como Sócrates, Descartes, Rousseau y Nietzche. Escribe Miller: “La vida de cada uno de ellos puede, entonces, enseñarnos algo acerca de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y de sus límites”.

Algo similar realiza Carlos Peña en su Ideas de perfil, aunque su lista es mucho más diversa y atrevida, más personal en cierto sentido: desde Kant y Maquiavelo, pasando por poetas como Nicanor Parra y Raúl Zurita, y pensadores imprescindibles del siglo XX como Arendt y Wittgenstein, hasta llegar a filósofos muy vigentes entre los más jóvenes, como Baudrillard y Zizek. Peña, con el talento de un pedagogo y la prosa de un lector privilegiado, no sólo reconstruye estas vidas, sino que es capaz de discutir con la idea de algunos de estos pensadores y demostrar, también, que el género biográfico requiere de mucho conocimiento, pues la vida de un hombre casi siempre contiene la vida de su época. En estos perfiles, Peña hace dialogar a los protagonistas con su contexto histórico, político, social y estético.

Ese mismo diálogo consigue retratar Esther Leslie en Walter Benjamin: la vida posible, su biografía del entrañable pensador alemán que con un talento innegable reflexionó sobre materias tan diversas como la filosofía, la historia, la pintura, la literatura, la educación y la política. Y lo hizo, además, con una escritura cuidadísima, que se puede apreciar sobre todo en sus textos autobiográficos, textos que le sirven a Leslie, entre otros cientos de documentos, para reconstruir esta vida inconclusa. Así, logra retratar de forma muy precisa la curiosidad infinita de Benjamin, los silencios, las amistades, los viajes, las obsesiones y las dudas de un hombre fundamental del siglo XX. “Hay algo en Walter Benjamin que lleva a especular sobre lo que hubiese sido, lo que pudo haber sido y lo que debió ser. El terrible resultado de su vida se intenta subvertir al transformar la historia, que ya está completa, en algo incompleto, al menos en la imaginación”, escribe Leslie.

Uno llega al final de la biografía y lo que desea, justamente, es que el final sea otro, que nunca se haya suicidado, que hubiese podido partir a Estados Unidos y hacer una vida nueva. Pero por más que escribamos y reescribamos una vida, hay cosas que no se pueden cambiar. Como consuelo, quedan los libros, las ideas, y algunas imágenes conmovedoras que estos biógrafos logran rescatar.

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