Por Carolina Torrealba, PhD en Ciencias Biológicas Junio 25, 2015

Hace unas semanas Sir Tim Hunt, premio Nobel de Medicina, dijo en una conferencia en Corea que su “problema con las mujeres” en el laboratorio es que “te enamoras de ellas, ellas se enamoran de ti, y cuando las criticas, lloran”. En segundos, un mensaje en 140 caracteres inició una avalancha indómita de tuits, columnas y notas que rebalsaron los medios del globo. La caza del Dr. Hunt se había desatado y las redes no se detendrían hasta que, de vuelta en Londres, “renunció” a sus cargos en la University College of London (UCL), el European Research Council (ERC) y la Royal Society. Las prestigiosas instituciones que por años lustraron el brillo de la medallita Nobel que Hunt obtuvo por sus fundamentales descubrimientos en biología terminaron lanzando el disparo final: lo condenaron y exiliaron, convirtiendo al héroe en paria en menos de 48 horas.

Sir Tim Hunt –un inglés de 72 años– pretendía que sus dichos fueran tomados como una ironía, así lo manifestó y así lo creemos muchos. A pesar de ello, son inexcusables en un mundo que se esfuerza por superar el sesgo de género que reina en las disciplinas científicas (como en tantas otras). Cabe preguntarse, sin embargo, si sus dichos evidencian un ejercicio de poder con un pernicioso sesgo sexista. Si es así, el castigo estaría justificado. Pero si no es así, el castigo sería completamente desmesurado, reflejando este episodio una suerte de inquisición motivada por “causas” potentemente mediáticas pero insustanciales.

¿Es Tim Hunt sexista o dijo una estupidez? En semanas posteriores a la conferencia de Corea, y a pesar de la gran atención periodística del caso, no han aparecido testimonios de las tantas mujeres que se formaron con Hunt vociferando cómo desincentivaba sus carreras, desoía sus opiniones o impedía sus ascensos. Por el contrario, en su Nobel lecture Hunt calificó el trabajo de sus colaboradoras Joan Ruderman y Katherine Swenson como “brillante”, “electrificante” y con “espectaculares resultados” y deja claro que sin su trabajo él no podría haber descubierto las ciclinas y el fundamental mecanismo de regulación de la división celular que revolucionó nuestro entendimiento de la biología y que le valió a Hunt, junto a Paul Nurse y Leland Hartwell, la prestigiosa distinción sueca.

Tampoco hemos recibido noticia de recurrentes comentarios sexistas en las cientos de conferencias que ha dado a jóvenes alrededor del mundo. Más bien, han surgido voces de apoyo, muchas femeninas, desmintiendo cualquier actitud sexista de Hunt en el laboratorio o en alguno de los tantos comités y conferencias en las que ha participado, y que refuerzan el compromiso que ha tenido en la formación de las nuevas generaciones de científicos y científicas alrededor del mundo. 

Algo similar puedo testimoniar. En el inspirador encuentro que Tim Hunt sostuvo con estudiantes en Chile, contó que su mujer, Mary Collins –destacada inmunóloga y feminista declarada–, le decía que si él se había ganado el Nobel, cualquiera podría obtenerlo. Con sus recurrentes ironías nos hacía el éxito palpable, nos animaba en la persecución de metas altas y estimulaba nuestra carrera científica. Conmigo lo hizo; en gran parte gracias a su carta de apoyo pude asistir a un prestigioso curso de posgrado en el que fui la única entre los asistentes que provenía del hemisferio sur y hacía ciencia en castellano. Esa experiencia, patrocinada por Hunt, impulsó mi carrera, que como mujer y bióloga no ha estado exenta de dificultades impuestas por actitudes sexistas.

Quienes hemos tenido una formación en ciencias permanentemente apelamos a la búsqueda de evidencias y al diálogo racional en la toma de decisiones. Lamentablemente, en el “caso Hunt” no hubo ni lo uno ni lo otro. Bajo la lupa, esta suerte de inquisición con la chapita de “causa” más parece una regresión al oscurantismo y la superstición que el progreso de una sociedad que persigue el mérito y la inclusión. Debemos reaccionar cuando instituciones como UCL o ERC toman una decisión que por su celeridad y falta de argumentación parece gatillada por la ola de los que chillaban “kick him out!” por Twitter. Celebro, en cambio, #distractinglysexy, campaña que mediante creativas fotos de científicas en acción invalidó los comentarios de Hunt con inteligencia y humor, fue increíblemente masiva e incluso permitió visibilizar el rol de las mujeres en ciencia.

Comparto la preocupación por el complejo sesgo sexista que todos –hombres y mujeres– traemos a cuestas, y la necesidad de empeñarnos en superarlo. Sin embargo, en este caso me quedo con las voces que alertan que esta cacería no tiene sentido ni ganadores. Algunas reclaman que si todos quienes hoy lanzan sus dardos hicieran sólo una acción por combatir el sesgo sexista, el mundo sería otro (#just1action4WIS).

Me encantaría que llamados constructivos como el recién mencionado o como la potente campaña #lasniñaspueden de ComunidadMujer tuvieran la misma atención que el “caso Hunt”.

Sólo apelo a un poco de mesura antes de colgar la cabeza de una persona que ha contribuido de manera sustancial y desinteresadamente al conocimiento y al desarrollo de las ciencias en el mundo. No sé a usted, pero este modo de consolidación de “causas” definitivamente no me agrada.

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