Por Danilo Díaz Junio 25, 2015

Noche larga en el Estadio Nacional. Tensa, ansiosa, con una multitud que empujó a la selección chilena ante el rival que nadie quiere enfrentar en un  duelo decisivo. Chile se impuso 1-0 a Uruguay, con un gol de Mauricio Isla, uno que suele asistir, acompañar, pero que pocas veces se lleva los abrazos. 

La Copa América que se organizó para terminar con esa sequía de un siglo, de ser uno de los tres países de la Conmebol que no la han levantado, puede concluir. El equipo dirigido por Jorge Sampaoli superó los cuartos de final  y ahora espera al vencedor de Perú y Bolivia, que se medían la noche del jueves (después del cierre de esta edición). No fue una de esas jornadas galanas, contundentes, pero da lo mismo: nadie puede negar que el cuadro nacional nunca se traicionó.

El rival aguardó en su zona con ese formato que conocen de memoria y que incomoda. El fútbol es veleidoso. Lo refleja esta victoria sobre los orientales, donde se aprovechó la única situación clara que generó hasta el minuto 81, cuando Isla metió ese derechazo bajo que se recordará por mucho tiempo. Sobre todo si esta generación autodenominada “la mejor de la historia” es capaz de hacer lo que ninguna de sus antecesoras consiguió.

Uruguay esperó, sufrió primero la expulsión de Edinson Cavani, quien cayó en una provocación de Gonzalo Jara, y terminó ofuscado por la tarjeta roja de Jorge Fucile cuando ya se inclinaba. No es poco lo obtenido por la Roja. Por primera vez elimina en una definición a una selección oriental, un escalón complejo y difícil para nuestro fútbol desde que comenzó a competir en 1910.

Para los que hemos visto por mucho tiempo a nuestros representativos o nos interesamos por su historia, los dos derechazos de Carlos Sánchez –uno en cada tiempo– trajeron de golpe y porrazo todos los fantasmas de una historia centenaria. Pero la pelota se fue y el equipo pudo seguir en carrera.

Chile evocó la paciencia, jamás extravió la cordura, ni siquiera cuando los golpes o el cerrojo del adversario daban pábulo para salirse del libreto. Por eso fue superior, tuvo la pelota, la manejó, no hizo daño, pero impidió que los pupilos de Óscar Tabárez contragolpearan y sacaran partido de los balones aéreos que incluso buscaron en la ejecución de los laterales.

La Roja se instala en semifinales con un antecedente no menor: ha sido más que todos sus oponentes. En medio de la alegría, las declaraciones de Alexis Sánchez luego del partido, afirmando con franqueza que las piernas no le respondían, que carecía de frescura para arrancar en el inicio de sus maniobras. No es un dato menor. En el epílogo de la temporada internacional, totalizando 59 partidos, siente la carga. El equipo lo necesita y los casi cinco días que tendrá de recuperación son determinantes. 

El torneo se armó para dar a Chile la posibilidad de ir por un sendero menos duro, evitando, si se daba la lógica, a Brasil o Argentina en semifinales. Pero había que cumplir en el Grupo A y en cuartos de final. El objetivo, hasta esa parte, se logró.

Con seguridad tendremos polémica por la expulsión de Cavani y la provocación de Gonzalo Jara, con una foto que antes de terminar el partido ya recorría el mundo. En momentos en que la Confederación Sudamericana de Fútbol pretende maquillar su espantosa imagen, una sanción por oficio al defensor local puede encontrar eco en su tribunal de disciplina.

Restan dos partidos, pero el objetivo central es llegar al duelo del sábado 4 de julio. Disputar la final es una prueba enorme y pendiente para este grupo de jugadores, pero también para el fútbol chileno en su conjunto. Desde esa definición con Uruguay en 1987, en la Copa América de Argentina, transcurrió un largo trecho. Hubo dolores, frustraciones y alegrías a medias.

¿Llegó la hora? Ojalá.

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