Por Francisco Sagredo Junio 18, 2015

Otra vez líos disciplinarios en Juan Pinto Durán.  Arturo Vidal pidiendo perdón entre lágrimas. Jorge Sampaoli tildando de “gravedad relativa” el incidente del Ferrari. Y la selección chilena que sigue en carrera en la Copa América con la estrella de Juventus a la cabeza.

Esos son los hechos de la causa. Sin cálculos deportivos, ni polémicas sobre principios, ni debates para definir qué había o no que hacer. 

En menos de 24 horas, a toda velocidad, a la velocidad de un Ferrari, la tarde libre que le dio el cuerpo técnico al plantel se transformó en un accidente de proporciones, de aquellos que dejan a los automóviles siniestrados en “pérdida total” ante la aseguradora. 

Partamos por aclarar que acá no existe un juicio valórico o una condena anticipada en contra del jugador. Es más, sería interesante despegar la polémica de la figura de Vidal y comenzar la reflexión con algunas preguntas muy simples:

¿Cuál hubiera sido la reacción del medio y Sampaoli si el protagonista de la indisciplina hubiera sido Paulo Garcés, José Rojas o Felipe Gutiérrez, por ejemplo?  

¿Qué hubiera pasado si el accidente de Vidal, tal como pasó con Jhonny Herrera en su momento, hubiera terminado con alguna víctima fatal? No sólo el jugador estaría preso, sino que la condena del medio sería absoluta. 

Y ¿cómo se habría tomado el hecho en caso que hoy fuera Claudio Borghi o Nelson Acosta el DT a cargo de la Selección? Seguro que las críticas hubieran caído a raudales debido a la “manga ancha y la mano blanda” de ambos adiestradores.

Lo que no hubiera cambiado bajo ninguna circunstancia es que el futbolista venía en manifiesto estado de ebriedad, según consta en el parte policial, es decir, Sampaoli estaba a minutos de recibir en la concentración del equipo a un jugador borracho en pleno torneo continental.

Ante la expectación de la prensa internacional y la ansiedad de los medios locales, el entrenador dio una de las conferencias más lamentables que se hayan visto en el complejo de nuestras selecciones. 

Con el rostro desencajado y en tono abatido, el argentino decidió bajarle el perfil al acto indisciplinario, relativizando la gravedad de un hecho que es de la causa: Vidal cometió un delito. 

A Sampaoli eso no le importó, es más, le enrostró a la prensa el deseo de “ver correr sangre y aprovechar el hecho para beneficio propio”.

Otra vez, tal como ya lo ha hecho varias veces con sus propuestas tácticas, Sampaoli desentona y equivoca su estrategia. El técnico, desde hace mucho rato, abandonó cualquier consideración distinta a la que no sea ganar, y como sea.

En el Mundial, con el propio Vidal, demostró que está dispuesto a arriesgar la carrera de un jugador con tal de alinearlo si considera que le es útil.

Ahora, de nuevo con Vidal, establece un precedente gravísimo: poco importa un incidente disciplinario cuando el protagonista es pieza clave en el esquema.

En el futuro, entonces, si Gary Medel es sorprendido borracho en una discoteque minutos antes de entrar a la concentración o Alexis Sánchez es detenido tras protagonizar una riña camino al complejo de Macul, cuesta imaginar con qué cara el técnico podría sancionar a alguna de las estrellas del equipo.

Ni hablar del ejemplo para quienes están empezando su camino en la Roja: a Ángelo Henríquez y a Miiko Albornoz ya les habrá quedado claro que en la interna del equipo el rayado de cancha es muy amplio. 

Sampaoli, en su obsesión por potenciar los números del único equipo que de verdad le interesa, el “Sampaoli F.C.”, hipotecó la opción de ubicarse en el sitial de los entrenadores con estatura, aquellos que anteponen los principios disciplinarios y de mínima convivencia competitiva a cualquier interés coyuntural.

En su intervención ante los medios, habló de la necesidad de “ayudar al jugador” y de “entender el contexto social de dónde ha surgido”. 

Otra vez, como ha sido recurrente en los últimos meses, el DT equivoca el foco apelando a instancias emotivas, cuando el análisis debe ser mucho más puntual y suscribirse al hecho en sí. De paso, además, con su “análisis sociológico” pasa a llevar a todos aquellos que nacieron en contextos sociales difíciles y no han protagonizado varios episodios disciplinarios en sus actividades.

Tal como ocurrió con la dialéctica populista de “los once kamikazes” o las frases de literatura tribunera que apuntan al “amor por Chile y la camiseta”, el entrenador parece obsesionado con encontrar rutas al éxito en terrenos que poco tienen que ver con lo que realmente encamina a la victoria: la disciplina,  el profesionalismo y el buen desempeño en la cancha.

Condenar a Vidal es un despropósito. El jugador deberá enfrentar en tribunales las consecuencias de sus actos.

Lo que sí es condenable, sobre todo en un país que hoy exige absoluta transparencia y las penas del infierno para quienes intenten aprovechar sus posiciones de privilegio en forma abusiva, es presenciar cómo Sampaoli ha decidido relativizar lo que está bien de lo que está mal.

El daño fuera de la cancha ya está hecho. Ojalá que ahora Chile obtenga un resultado histórico, con Vidal incluido, dentro del campo de juego.

Esa parece ser la única ficha que le queda al técnico para borrar su propia pérdida total de coherencia. 

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