Por Danilo Díaz Mayo 20, 2015

Domingo 17 de mayo y Montevideo disfruta de 27 grados. Una temperatura inusual para este mes y para este día, que no es cualquiera: Peñarol y Nacional se miden por la fecha 12 del torneo de Clausura, reviviendo un clásico que ya supera el siglo. Desde muy temprano la ciudad se mueve y estremece, porque chocan los dos clubes que congregan a por lo menos el 80% de la población. Ambos batallan por la captación de socios. Los carboneros tienen 77 mil y esperan llegar a los cien mil en 2017. Los tricolores anunciaron que sumaron 75 mil en noviembre pasado.

Datos reveladores, que por ejemplo ningún equipo chileno puede ni siquiera pensar. Peñarol está construyendo un estadio para 50 mil personas cerca del aeropuerto de Carrasco. Los del Bolso mantienen el viejo Parque Central, donde se disputó el primer partido del Mundial de 1930 y anuncian una remodelación que permitirá albergar 40 mil espectadores. Todo se financia con los auspiciadores y las cuotas sociales.

Con orgullo, los uruguayos sostienen que el clásico entre Peñarol y Nacional es el más antiguo y tradicional fuera de las islas británicas. Una fiesta que recomiendo a todo futbolero de raza. El diario El Observador titulaba el domingo: “El país se paraliza por 90 minutos”. No exageró. El taxista amable que nos transporta hasta el aeropuerto, al día siguiente del opaco 1-1, cuenta que celebraba el cumpleaños de una sobrina, con 50 invitados y 25 kilos de asado en la parrilla. La fiesta se interrumpió con el inicio del partido.

Conseguir entradas no es fácil. La prioridad corresponde a los socios, en sus distintas categorías. Hubo 55 mil personas en el estadio Centenario, con 1.200 policías custodiando. El escándalo del jueves 14 en La Bombonera, cuando los jugadores de River Plate fueron atacados con gas pimienta por la barra brava de Boca Juniors, aumentó las medidas de seguridad. El recorrido hasta el Parque Batlle, antesala del Centenario, muestra a hinchas caminando, en su mayoría de Peñarol. Son locales y disponen de la mitad de la tribuna América, la Ámsterdam (popular, detrás de un arco), la Olímpica y sus plateas. Los del Bolso quedan con un sector de la América y la Colombes (la otra popular).

La entrada a la Olímpica (equivalente a nuestra tribuna Andes) cuesta 15 dólares. Todos conocen sus puertas de acceso, no hay aglomeraciones ni colados, la revisión de los policías es civilizada. La recomendación era estar temprano. Buen consejo, porque en la medida que la hora avanza los espacios se reducen y las escaleras se llenan. También sube el volumen en los cantos y mi hijo de 11 años se sorprende: “Papi, cantan todos, no como en Chile”. 

Hasta que ingresan los equipos a la cancha. Primero Nacional y estalla la Colombes. En pocos segundos lo hace Peñarol. El fútbol no deja de sorprender. Una experiencia conmovedora. Es el regreso a las fuentes, a la infancia, al hincha puro. Es la combinación entre un peregrinaje y un ritual.

¿El partido? Cerrado, tosco, con una situación en cada arco en el primer tiempo. Después vinieron los goles y el pragmatismo de ambos entrenadores, que al darse cuenta que no podían ganar, optaron por no perder.

A la uruguaya.

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