Por Patricio Jara Mayo 14, 2015

La naturaleza del hecho obliga a un primer párrafo breve pero estridente: hace 50 años, en una pequeña maestranza de Birmingham, ocurrió el accidente que dio paso al nacimiento del sonido heavy metal.

El detalle de lo sucedido constituye esa clase de información apenas útil para los más fanáticos, cuando no una rareza de interés para quienes alardean de su buena memoria y sus amplios conocimientos sobre la historia del rock. En cualquier caso, la anécdota no queda ahí y sirve para recordar el implacable paso del tiempo: en 1965, un chico de 17 años llamado Frank Anthony Melby Iommi se aprontaba a terminar su último día de operario en un taller metalúrgico cuando, por un descuido, la máquina que utilizaba para cortar fierros le arrancó la punta de dos dedos de su mano derecha. El muchacho, que era zurdo y ya tocaba guitarra en una banda de blues, había llegado ahí luego de que lo acusaran de robo en la tienda de discos donde era dependiente. Pero la rutina del taller pronto lo aburrió y un buen día quiso renunciar. Sus compañeros entendieron, lo suyo era la música, aunque le animaron a terminar la jornada. Entonces vino el instante de descuido y todo se llenó de sangre.

Hoy Tony Iommi tiene 67 años y cada vez que debe recordar el hecho, lejos de cansarlo, lo hace poner en perspectiva ciertas cosas, pues fue a causa de ese accidente que debió utilizar pequeñas prótesis para completar sus dedos y así seguir tocando. Pero el dolor se hacía tan fuerte que tuvo que bajar la afinación de su guitarra para que las cuerdas estuviesen menos tensas y más dóciles en vista de su limitación al digitar. La consecuencia fue insospechada: a medida que las aflojaba, el sonido se hacía más grave, más profundo y más pesado.

Tal como luego sonaría Black Sabbath.
Atribuir a Iommi la paternidad exclusiva de uno de los estilos con más larga vigencia y capacidad de reinventarse en la historia de la música contemporánea sería exagerar. Sobre todo porque mucho de Black Sabbath tiene la firma del bajista Geezer Butler. Pero de lo que no hay duda es que si Iommi sigue activo como guitarrista es por su instinto de supervivencia, que lo llevó a enfrentar desde nuevos accidentes en sus brazos (ataque de un perro bravo incluido), lesiones musculares y de tendones, hasta sobreponerse a un linfoma cuyo tratamiento de quimio lo hizo perder algo tan valioso para él como su cabellera de rockero y quedar “parecido a un huevo”, como cuenta en su autobiografía Iron Man (2011). Aunque eso no fue todo. También tuvo que soportar el humor de sus compañeros de banda: al verlo convaleciente, Ozzy Osbourne exclamó: “¡Te pareces a tu papá!”.

Sí, Iommi está viejo, pero ha sido capaz de seguir componiendo. “Musicalmente, mi enfermedad inspiró nuevas canciones. Y creo que son mejores que ninguna”, escribe al final del libro. Eso bien quedó demostrado con el disco 13, que hace unos años se llevó todos los reconocimientos, y de paso dio una lección a esas bandas jóvenes incapaces de despegarse de la tecnología de punta ni de los trucos en el estudio de grabación.

Black Sabbath es una banda para viejos y me alegra de que así sea. Los que comenzamos a pasar los 40 (y también los 50) y ya acusamos cierta fatiga de material, seguimos escuchándola con el asombro de cuando teníamos 15 años y el mundo se abría como un paisaje para conquistar. Entonces éramos fuertes, saludables, valientes y todo eso que el rock and roll nos entrega pero después nos quita.

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