Por Catalina Jaramillo, desde Nueva York Mayo 7, 2015

© Whitney Museum of American Art

La imagen era cautivadora. Caminando por la calle Gansevoort hacia el borde del río Hudson, en el meatpacking district en Manhattan, de pronto aparecía una estructura enorme, un edificio, con terrazas en distintos niveles copadas de gente mirando hacia la calle. Al frente de ella una línea elevada de tren, el comienzo del famoso parque High Line, con gente mirando hacia arriba a las terrazas. Y a nivel calle, cientos de personas, algunos vestidos de fiesta, muchos en una larga línea; taxis y autos intentando cruzar. La escena parecía la llegada de un enorme trasatlántico a puerto.

Miles de pequeñas plumas blancas, o quizás flores, bañaban la calle y se levantaban para flotar en el aire con el paso de un auto o con la brisa del Hudson, como si estuviera nevando en un día inundado de sol. Eran las dos de la tarde del sábado 2 de mayo y en Nueva York por fin se sentía la primavera.

Una suma de exclamaciones y asombro se mezclaban entre sí y con el ruido de la ciudad, formando un audio ambiente cargado de excitación. Tras cerrar en octubre del año pasado en su antigua locación en el Upper East Side, el Whitney Museum of American Art celebraba por fin la apertura de su nuevo edificio, diseñado por el premiado arquitecto Renzo Piano, con una fiesta callejera y con una nueva mirada al arte estadounidense desde el 1900 hasta ahora, plasmada en la exposición America is Hard to See (Estados Unidos es difícil de ver), con 600 obras de 400 artistas, abierta ese día en forma gratuita.

El nuevo Whitney fue anunciado en mayo de 2011 y desde entonces la expectativa fue creciendo, llegando a un clímax la semana pasada, cargada de inauguraciones en serie hasta la oficial, el 1 de mayo, acompañada por un espectáculo de luces desde el Empire States. Pero el sábado fue el día histórico, el día del pueblo, y al mirar el nuevo Whitney desde esa esquina de Gansevoort y Washington, con el sol y esas plumas volando, parecía como estar adentro de esas bolas de cristal con una escena en miniatura adentro, que uno agita y nieva, y que encierran un momento mágico.

El edificio de 67 mil metros cuadrados, con 15 mil metros cuadrados de salas, le otorga al Whitney, museo enfocado  en el arte de Estados Unidos del siglo XX y XXI, el doble de espacio de exhibición que en su edificio anterior  -ahora parte del Metropolitan Museum of Art- permitiéndole mostrar piezas que estaban en bodegas. Además el museo por primera vez tendrá un teatro para 170 personas, salas de clase y un centro de estudios, más la biblioteca, un laboratorio de conservación, un café y un primer piso con una galería gratuita, una tienda y un restaurant.

El espacio se siente amplio, diverso e interesante en su recorrido. Las escaleras y las terrazas presentes en tres de sus nueve pisos, marcan puntos de especial interés, lo mismo que los enormes ventanales que otorgan impactantes vistas de la ciudad en un zona donde hay pocos miradores gratuitos. El nuevo Whitney se suma a un barrio ya vibrante y repleto de restaurantes, bares y galerías, empalmando con el High Line, Chelsea y el Greenwich Village.

Pero sin dudas lo que más impacta son las obras expuestas. Entrar al museo es como recibir un chorro de arte. Obras icónicas de Georgia O’Keeffe, Edward Hopper, Andy Warhol, Mark Rothko, Jasper Jones y Alexander Calder se mezclan con cientos de asombrosas obras de la colección, muchas de ellas nunca antes exhibidas, en plantas abiertas que juntan pintura, escultura, video, foto e instalaciones. La muestra se convierte en un nuevo paseo obligado, en la ciudad de mil paseos, y permanecerá abierta hasta el 27 de septiembre con una entrada general de US$22. Ya se anunciaron las muestras que le siguen e incluyen a Archibald Motley, Frank Stella, la Colección Westreich/Wagner, Laura Poitras y David Wojnarowicz.

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