Por Andrea Slachevsky, neuróloga U.de Chile Abril 29, 2015

“Nos metieron ahora con la historia del lobby, cuando este es un país basado en la ‘amistocracia’. Aquí no éramos corruptos, éramos amigos de los amigos...Con lo del lobby nadie puede recibir, porque todo está bajo sospecha”. Lo dijo Enrique Krauss, en La Tercera.  ¿Tiene razón el ex-ministro del Interior cuando denuncia un recelo excesivo en el actual debate sobre el lobby y los conflictos de interés? Un conflicto de interés surge cuando una persona debe tomar una decisión que afecta intereses de otras personas, pero está potencialmente sesgado por sus propios intereses. Algunos ejemplos: un médico que recibe regalías al prescribir fármacos, un político agasajado por lobbistas para lograr el voto de leyes o la adjudicación de contratos, un ejecutivo que oculta información sobre el estado de su compañía para no disminuir su bono. En todos estos casos, la persona tiene la responsabilidad de pensar en el interés de otros, pero su elección puede implicar beneficios personales.

¿Estamos menospreciando la capacidad de toma de decisiones racionales del ser humano cuando enfatizamos la importancia de los conflictos de interés? La psicología experimental  y las neurociencias  han contribuido a responder a esta interrogante.

Los resultados más interesantes muestran que, frente a estos conflictos, prevalece en las personas una ceguera al efecto de sesgos y un autoengaño respecto de las reales motivaciones de la decisión. En el 2001, Michael Steinman y colegas de la Universidad de California reportaron que de 105 médicos  encuestados, 61% afirmaba que la publicidad para promover fármacos no influía en su prescripción, pero curiosamente, apenas el 16% creía que sus colegas no eran influidos. Claro, yo puedo resistir a los conflictos de interés, pero los otros no. Los estudios en neurobiología han mostrado, como escribe Dan Ariely en Por qué mentimos... en especial a nosotros mismos, que los conflictos pueden surgir de principios de buena convivencia humana, como nuestra tendencia a devolver favores. La neurocientífica Ann Harvey y  sus colaboradores del Baylor College of Medicine estudiaron el efecto de favores monetarios en la evaluación estética de pinturas de un conjunto de galerías de arte. Se le informó a los participantes de la experiencia que su labor de evaluador sería retribuida por una de las galerías y que el monto no dependía de sus preferencias. Durante el estudio se les pidió fijarse en el logo que aparecía en cada pintura y que permitía identificar qué galería la había proporcionado. Pues bien, los sujetos evaluaron mejor las pinturas de la galería que los financió. A mayor retribución, mayor era el favoritismo. Más aún: cuando los sujetos se fijaban en el logo del sponsor, se producía una activación de las regiones cerebrales asociadas al placer, con magnitud proporcional al monto del dinero ganado. Por supuesto, todos los sujetos negaron estar influidos por el logo.

En 2007, Paul Thagard propuso en el artículo “The Moral Psychology of Conflicts of Interest: Insights from Affective Neuroscience” que la insidiosa imperceptibilidad del efecto de los conflictos de interés puede atribuirse a los procesos normales de integración de información cognitiva, emocional y motivacional para la toma de decisiones. “El resultado de la toma de decisiones es una sensación de qué acciones son correctas o incorrectas. Las personas no tienen un acceso consciente  al proceso de integración cognitivo-emocional, por lo que no pueden saber por qué tienen una sensación particular sobre qué hacer”. Esta integración es fundamental para una adecuada adaptación del comportamiento, como lo ilustran las conductas erráticas de pacientes en que dicha integración falla. Thagard acuñó el término “enfermedades afectivas” para referirse a las situaciones en que las emociones o las motivaciones distorsionan el juicio, incluyendo las malas decisiones basadas en conflictos de interés. Por ejemplo, cuando las decisiones están motivadas por el placer de recompensas, descuidando las responsabilidades profesionales. La perspectiva de un bono suculento o un favor que debemos devolver pueden sesgar nuestras decisiones involuntariamente.

El efecto de las “enfermedades afectivas” es tenaz. En un influyente  artículo, Daylan Cain y sus colegas de la Universidad de Yale mostraron que transparentar los conflictos de interés tiene un efecto paradójico: el conflicto aumenta su efecto. Para Thagard, cuando transparentan los conflictos, las personas se creen inmunes a sus efectos y subestiman la influencia de sus motivaciones personales. Los estudios muestran que el efecto de los conflictos de interés es mucho más eficaz  de lo que nos gustaría creer. Para Dan Ariely, “las personas no necesitan ser corruptas para actuar de una manera problemática. Personas perfectamente bien intencionadas pueden tropezar con los caprichos de la mente humana, cometer errores atroces y considerarse aún buenas y morales. Incentivos sesgados pueden desviar hasta al profesional más honesto”. Anton Chéjov escribía: “El hombre mejorará cuando se le muestre cómo es”, con una esperanza algo ingenua sobre el poder del conocimiento para cambiar la conducta humana. En el caso de los conflictos de interés, el conocimiento científico nos muestra que quienes se dicen inmunes a sus efectos se engañan a sí mismos. Y nos advierte sobre la importancia de transparentarlos para protegernos de los sesgos inevitables de quienes toman decisiones.

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