Por Facundo Fernández Barrio, desde Buenos Aires Abril 23, 2015

A esta altura de la campaña electoral en la Argentina, Daniel Scioli es un enorme sapo servido en el plato de Cristina Fernández de Kirchner, listo para ser deglutido por la presidenta en pos de la continuidad del kirchnerismo en el poder. Según las últimas encuestas, el gobernador de la provincia de Buenos Aires encabeza las intenciones de voto para las elecciones presidenciales de octubre. Al menos por ahora, es el único candidato del amplio espectro kirchnerista con chances reales de ganar los comicios, lo que supone una incómoda realidad para el gobierno: su carta de triunfo es un hombre que, aunque siempre se mantuvo como un aliado estratégico de los Kirchner, inspira desconfianza en el núcleo duro K, que ve con recelo la esencia política de Scioli y duda sobre su proyecto de poder.

Cada vez que alguien le recrimina sus diferencias ideológicas con el kirchnerismo, Scioli responde del mismo modo: sacando a relucir sus pergaminos. Fue vicepresidente de Néstor Kirchner entre 2003 y 2007, lo acompañó como candidato a diputado en la derrota legislativa de 2009 y va por su segundo mandato como gobernador del distrito electoral más populoso y determinante del país. Aunque alguna vez amagó con hacerlo, jamás “sacó los pies del plato”, como suele decirse en la jerga política local. De las diez fotos que tiene en su despacho, en tres se lo ve con Néstor y en otras tres con Cristina.

Y aun así, Scioli es un bicho raro en el kirchnerismo. Tan raro, que inquieta a sus compañeros de ruta. No se le conoce militancia juvenil: luego de graduarse en Marketing en una universidad privada, desarrolló una extensa carrera deportiva como motonauta. El signo perdurable de aquella época es su manquedad: perdió su brazo derecho en un grave accidente que sufrió en una carrera en 1989. Desembarcó en el mundo de la política recién en los años 90, de la mano del ex presidente Carlos Menem, blanco predilecto de las críticas kirchneristas a los años de neoliberalismo. También fue ministro del gobierno de Eduardo Duhalde, otro peronista a quien Cristina Kirchner llegó a comparar con “el Padrino”. Sus antecedentes no le impidieron acercarse por primera vez a los K en 2003.

Desde la asunción de CFK en 2007, su relación con el gobierno nacional ha sido tensa y ambigua. En su libro Scioli secreto, los periodistas Pablo Ibáñez y Walter Schmidt describen cuál es la imagen que la presidenta tiene del gobernador bonaerense: “Lo conocía de los días en que ambos eran diputados y lo veía como un deportista devenido en político, un paracaidista con discurso desideologizado que, por puro azar y buena suerte, había llegado a vicepresidente”.

Aparte de las diferencias ideológicas, el estilo político de Scioli resulta chocante para los K. Evita siempre la polémica discursiva y las definiciones tajantes, dos terrenos en los que Cristina Kirchner se siente muy cómoda. Tiene buena llegada al mundo empresarial, y su impronta personal es más parecida a la del candidato opositor Mauricio Macri que a la de CFK. De hecho, las esposas de Scioli y Macri son viejas y buenas amigas.

En ocasiones, la presidenta llegó a reprender públicamente a Scioli. A veces lo hizo en forma directa, y otras a través de sus funcionarios. Pero Scioli sigue allí, estoico. “Nunca rompió con el kirchnerismo: ni cuando le impusieron a un comisario político como vicegobernador, ni cuando le retacearon fondos para pagar sueldos y aguinaldos, ni cuando le impidieron poner hombres propios en las listas para legisladores -dice a Qué Pasa Mariano Confalonieri, autor de la biografía El candidato. Vida pública y privada de Daniel Scioli-. Y no lo hará jamás, ya que su estrategia es mantenerse dentro de la fuerza política que le garantiza un caudal de votos cautivos cercano al 30%. Ningún otro candidato arranca con ese piso para las elecciones”.

Sin embargo, la necesidad es mutua: Scioli mide bien en las encuestas de la provincia de Buenos Aires, gobierna un territorio decisivo para cualquier dirigente con aspiraciones nacionales y trabaja desde hace una década para convertirse en presidente. Sin la posibilidad legal de que Cristina Kirchner se postule para la re-reelección, el kirchnerismo depende de él para ser competitivo en octubre. Por eso se presume que el oficialismo ya “cerró” con Scioli. La agrupación juvenil La Cámpora, liderada por el hijo de Kirchner, se acercó visiblemente a él en los últimos meses. Y se especula con que su compañero de fórmula sea el ministro de Economía, Axel Kicillof, el funcionario preferido de CFK.

“En esta campaña, la Argentina elige entre moderar o cambiar el rumbo: Scioli representa la continuidad con correcciones, y Macri representa el cambio -explica el analista Alejandro Catterberg, director de la consultora Poliarquía-. Si Cristina Kirchner no patea el tablero y mantiene su respaldo a Scioli, puede darse un proceso electoral parecido al que tuvo lugar en Brasil: un candidato oficialista (como Dilma Rousseff) que es Scioli; una fuerza opositora de centroderecha (como la de Aécio Neves) liderada por Macri; y un candidato como Sergio Massa, que hoy es opositor pero en el pasado fue funcionario kirchnerista (como lo fue Marina Silva durante la administración del PT)”.

La gran incógnita es qué ocurriría al día siguiente de un eventual triunfo de Scioli. El kirchnerismo intenta medir hasta dónde llega el juego propio del gobernador, y hasta qué punto es probable que, una vez en el poder, prescinda del liderazgo político al que respondió durante los últimos diez años. Por lo pronto, el oficialismo ha buscado limitarlo con el lanzamiento de otros candidatos que competirán contra él en las elecciones internas primarias del kirchnerismo, para las que Scioli es clarísimo favorito. Por otro lado, aún nadie sabe qué lugar se reserva CFK para sí misma una vez que termine su mandato. Es bien conocida la habilidad de la presidenta para reinventarse. Tan cierto como eso es que Scioli, impasible e indescifrable, también es un político terriblemente hábil.

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