Por Patricio Jara Abril 16, 2015

Más que una excusa para vender un poco más de discos, el Record Store Day, celebrado cada 18 de abril principalmente en Estados Unidos, simboliza un acto de resistencia. Es la reivindicación de la épica que hoy significa mantener a flote una disquería por sobre los números de la industria. El Record Store Day, hasta ahora, no se ha transformado en el día oficial ni mundial de nada. Por suerte. Así conserva su independencia y da valor al gesto de dignidad que lo hizo posible: celebrar a la tienda de discos como ese espacio, muchas veces minúsculo, donde los clientes conocen al dueño y son capaces de convertir algunos cuantos metros cuadrados, por lo general atiborrados de gavetas y estantes, en un sitio donde hablar de música, lo cual para muchos no es poco.

Sin embargo, el Record Store Day año a año crece en alcance (en nuestro país nunca deja de hacerse algo) y siempre es motivo para reafirmar gustos y lealtades. Los músicos y los sellos no desconocen el sentido de oportunidad que genera. Hay ediciones limitadas (singles, compilados de rarezas, registros en vivo, reediciones inesperadas) que sólo están a la venta ese día y luego doblan o triplican su valor.

Bien sabe de esto Metallica. Los de San Francisco este año pondrán en las vitrinas nada menos que la edición limitada de un casete: No Life ‘Til Leather, uno de los dos demo-tapes que grabaron un año antes de su álbum debut. Se trata de una producción de siete temas registrada el 6 de julio de 1982 y que fue utilizada esencialmente como carta de presentación para clubes donde agendar shows y sellos discográficos. Según adelantó el baterista Lars Ulrich, el material que saldrá a la venta fue remasterizado, pero mantiene el sabor de los tiempos en que Metallica aún no era la banda que conocemos: aún no entraba el bajista Cliff Burton y Dave Mustaine todavía no era expulsado por beodo y pendenciero.

Hoy es muy raro que una banda grabe un demo. Al menos no con las pretensiones que éstos tenían en el último tercio de los 80. Los demos constituían el paso que toda banda debía dar. Más que una demostración, en muchos estilos de rock fueron la única manera de promocionarse. Autogestión pura. Eran vendidos por las propias bandas mano a mano o por correo. Así iban de un continente a otro. No pasaban de los cinco dólares de entonces, y además de cuatro o cinco canciones, sus carátulas casi siempre estaban impresas muy modestamente (lo común eran las fotocopias).

Los demos no siempre sonaban bien y varios grupos pagaron el noviciado, aunque más valía el hecho de que gracias a ellos cientos de músicos precoces entraron por primera vez a un estudio. Grabar demos era como hacer el servicio militar. Bandas nacionales como Pentagram se dieron a conocer internacionalmente en esos años gracias a un demo, y otras como Necrosis y Atomic Aggressor llegaron a vender cerca de dos mil copias. Cuántos de nuestros actuales artistas pop-rock más renombrados querrían las cifras que marcaba el underground chileno de hace 25 años sin apoyo mediático alguno.

Hoy, los demos son parte de la memoria emotiva de muchos melómanos. Y no extraña que cada vez que uno de ellos entra a su disquería favorita, por un momento clave la vista en el rincón de la vitrina donde asoman esos casetes como reliquias de un mundo olvidado. Muy pocos están a la venta. Son un guiño a los años de juventud, a las pequeñas historias de tantas bandas que, a diferencia de Metallica, no sobrevivieron en el tiempo.

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