Por Magdalena Aninat Abril 16, 2015

La imagen la hemos visto en Chile varias veces: el incendio en Valparaíso el año pasado, el terremoto y tsunami en 2010, los incendios en parques nacionales y ahora los aluviones en Copiapó. Los noticiarios nos muestran el daño y “el rostro humano de la tragedia”, tocando nuestra fibra de ciudadano solidario, movilizándonos a reaccionar, sumarnos a una campaña, donar dinero o tiempo para colaborar en atender situaciones de emergencia.

Las catástrofes destruyen, sin duda. Pero pueden ser aún más incidentes que el crecimiento económico en movilizar hacia una cultura de filantropía. El World Giving Index 2014, el índice mundial que analiza y rankea la generosidad de 135 países, muestra el espectacular aumento de generosidad que registró Malasia en las tres variables que mide el informe (donaciones, ayuda a un extraño y voluntariado) y que le significó subir del puesto 71 al 7 del ranking. La explicación está en el gran efecto movilizador que tuvo el tifón Haiyan que impactó sobre la vecina Filipinas el 8 de noviembre de 2013, matando a 6 mil personas, desplazando a otros 4 millones y destruyendo un millón de viviendas.

Por otra parte, el índice refleja que la prosperidad económica no garantiza mayores niveles de donaciones: del bloque BRIC (Brasil, Rusia, India y China), sólo China experimenta un aumento marginal, entre los años 2012 y 2013, de personas que donan, mientras que en el bloque de las economías emergentes MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía) sólo Indonesia demuestra un leve aumento en este factor.

El índice refleja que las catástrofes siempre movilizan la generosidad, pero que los peaks tienden a ser temporales. Por ejemplo, en Japón la donación de dinero tuvo su punto alto en 2011 tras el terremoto, y desde entonces ha descendido, una situación que también se dio en China en 2010 cuando aumentó en 13% el índice de ayuda a un extraño tras las inundaciones que afectaron a 230 millones de personas, para luego descender al año siguiente.

Chile se ubica en el número 50 del ranking, con una baja ponderación en la donación de dinero y mayor en cuanto a voluntariado. Por otra parte, según los indicadores sociales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), nuestro país registraba en el año 2012 un 45,2% de personas que habían donado dinero en el último mes, una cifra levemente superior al promedio de la OCDE, pero que significa un descenso de 12,6% respecto del año 2007.

Visitas recientes como Francis Fukuyama y Niall Ferguson han señalado que tener democracias sólidas y economías estables requiere, entre otros factores, tener una sociedad civil activa y dar lugar a hábitos sociales como la solidaridad y la asociatividad que permiten desarrollar la confianza, el sentido de pertenencia y la cohesión social. Esto implica tener un Estado que reconozca el rol de las organizaciones que trabajan con una visión más allá de la autoridad de turno, atendiendo necesidades sociales que el aparato público no es capaz de atender. Requiere también impulsar un sentido comunitario entre los privados, generando medidas efectivas para ello, como por ejemplo, fortalecer los incentivos para que las personas donen. Según el World Giving Index, la proporción de personas que dona dinero a beneficencia es 12% más alto en los países que tienen incentivos tributarios para los individuos (33%), versus aquellos que no los tienen (21%). Que la “generosidad de emergencia” se transforme en una cultura de filantropía promotora de una sociedad civil activa, requiere no sólo transmitir la tragedia por la televisión, sino también impulsar organizaciones confiables y crear incentivos eficientes que movilicen a los ciudadanos a ser solidarios en forma permanente.

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