Por Sebastián Rivas, desde Chicago Abril 16, 2015

En un lanzamiento planeado desde hace meses, el único detalle que Hillary tuvo que corregir sobre la marcha fue inesperado. Fue la traducción de su primer comentario en inglés sobre la nominación: “Todos los estadounidenses necesitan un campeón. Yo quiero ser ese campeón”, fue la versión inicial, tomada literalmente del “champion” que ella proclamaba en su video. Gramaticalmente perfecto, pero su equipo de campaña buscó un sentido más preciso, más exacto, para apelar al público latino estadounidense. Así, su tuit en español terminó con una leve pero importante diferencia. “Todos los estadounidenses necesitan un defensor. Yo quiero ser ese defensor”.

El detalle muestra cómo ha crecido la importancia y el cuidado hacia el voto latino. Hace 20 años, Bill Clinton hacía campaña bailando la Macarena y balbuceando unas pocas palabras. Esta vez, su esposa incluyó en su video de lanzamiento a dos trabajadores latinos que hablaban en español. Es la tendencia: entre los republicanos, dos de los precandidatos, Marco Rubio y Ted Cruz, tienen apellidos latinos, y no han dudado en marcarlo como un factor. Rubio, de hecho, lanzó este lunes su campaña en la emblemática Torre de la Libertad de Miami, el lugar donde los exiliados cubanos llegaban en la década de 1960 para ser registrados e ingresar a Estados Unidos.

Los tiempos, por cierto, han cambiado. Ese mismo lunes, horas después del lanzamiento de Rubio, el presidente Barack Obama puso el broche de oro a su acercamiento con Cuba al plantear su salida de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo. Hace quince años, algo así habría sido impensado. Porque entonces, hablar de voto latino era hablar de algo muy preciso: familias cubanoamericanas en Florida.

El grupo se demostró clave al menos una vez, en 2000, cuando el manejo de la polémica por el “balserito” Elián González le costó al Partido Demócrata y a Al Gore votos cruciales, que marcaron la diferencia para perder el estado y la carrera presidencial contra George W. Bush.

Hoy el tema es diferente, mucho más complejo e intrincado. Varios estados superan el 15% de potenciales votantes hispanos: entre ellos, algunos vitales para llegar a la presidencia por cambiar de bando entre republicanos y demócratas dependiendo de la elección. Sólo en la última década, los posibles votantes de ascendencia latina aumentaron en 50%. En el censo de 2010, 50 millones de estadounidenses se declararon de ese origen.

                                                                                                          

Pero el ser latino hoy en Estados Unidos es un proceso en construcción. Ahí se confunden inmigrantes e hijos de familias latinoamericanas nacidos en suelo estadounidense y que hablan perfecto inglés, personas que recuerdan su patria de origen y personas cuya patria es Estados Unidos, pero cuyas costumbres tienen color latinoamericano.

Ese nuevo sujeto tiene banderas comunes, como estar a favor de un cambio en las leyes de inmigración, y señas de identidad, pero está lejos de ser un bloque. Por eso, Rubio y Cruz buscan conquistarlo pese a que en la última elección presidencial Obama se llevó más del 70% de los votos en ese grupo a nivel nacional. Por eso, y porque no hacerlo conduciría a la debacle en el futuro cercano.

El grupo latino sigue creciendo a paso veloz. Quien gane la elección de 2016 seguramente verá un bloque más grande en 2020, cuando pueda optar a la reelección. Y de fondo está la proyección que habla de más de 100 millones de estadounidenses de origen hispano para 2050, un cuarto de la población. Eso implica cuidado y respeto, incluso en detalles que antes pudieran parecer nimios.

Hace dos semanas, el ex gobernador de Florida Jeb Bush, hermano e hijo de ex presidentes, reveló que se había inscrito como hispano en el registro electoral. Parecía un gesto de uno de los favoritos del campo republicano hacia el bloque. Pero la polémica estalló rápido: asociaciones de hispanos lo consideraron una ofensa y exigieron una explicación. Rápidamente, Jeb -quien está casado con una latina- dijo que se había equivocado de casilla y pidió disculpas.

Pero el caso vale para mostrar que los latinos están ahí, presentes, dispuestos a hacerse notar, sabiendo que en cada elección que pase tendrán más poder de decisión. La alerta sonó fuerte en Chicago, cuando Jesús “Chuy” García, un dirigente de origen mexicano desconocido a nivel nacional, le dio pelea por la alcaldía de la ciudad a Rahm Emanuel, un histórico del Partido Demócrata y ex mano derecha de Obama. Emanuel debió ir a segunda vuelta y, más allá de que consiguió ganar, los escasos 10 puntos finales de diferencia fueron una advertencia del cambio.

Son las venas de América Latina que se empiezan a fundir con la sangre estadounidense, en un camino inexorable. Uno de los cientos de ejemplos es Chipotle, una cadena de comida rápida mexicana que se ha convertido en la más próspera de Estados Unidos. Comprada por McDonalds hace unos años, las colas colapsan a la hora de almuerzo sin distinguir a latinos de americanos.

Algo de eso sabrá Hillary Clinton, quien el lunes pasado, un día después de su anuncio y cuando iba en caravana camino a hacer campaña a Iowa, fue “paparazeada” en un local de Chipotle de Ohio, donde paró para comprar un burrito para llevar. Mientras examinaban una y otra vez el video de seguridad del local, dos panelistas de Fox News, el canal conservador por excelencia, debatían si esa parada había sido por la calidad de Chipotle o un gesto hacia los votantes hispanos. No deja de ser un avance. Veinte años atrás, en los tiempos de Bill Clinton y la Macarena, esa duda no habría existido.

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