Por Carlos Meléndez, cientista político peruano Abril 9, 2015

La continuidad de un régimen democrático depende, en gran medida, de que los actores políticos respeten las reglas del juego previstas. Las reglas formales en el Perú, señalan que si el Legislativo censura al presidente del Consejo de Ministros (portavoz y coordinador del Ejecutivo) en dos ocasiones, el presidente de la República puede disolver al Parlamento, gobernar por decreto y en meses, convocar a elecciones para recomponer el Congreso. Las reglas no escritas suponen que el presidente no forzará esta situación y designará a un Premier sin tantos anticuerpos, para no provocar su tacha.

Ollanta Humala puede jactarse de haber cumplido estrictamente con la normatividad democrática del Perú, contradiciendo los vaticinios de sus detractores en campaña electoral, quienes lo consideraban un aprendiz de autócrata chavista. (En ese sentido, el “garante” Mario Vargas Llosa puede estar tranquilo). Sin embargo, su conducta arisca ante el espíritu moderador de la ley, azuza la inestabilidad del país  a 15 meses de culminar su mandato. Humala ha generado sus propias reglas no escritas, las que privilegian el enfrentamiento y la polarización. Incluso en el poder, nunca dejó de comportarse como anti-establishment.

El Jueves Santo, el presidente Humala tomó juramento a su séptimo gabinete, presidido por Pedro Cateriano, en reemplazo de Ana Jara. La ex Premier, luego de 251 días en el puesto, fue censurada por el Legislativo -algo que no había sucedido en 52 años- debido a los escándalos sobre el uso de los servicios de inteligencia estatales para hacer seguimiento a políticos opositores y periodistas.

En teoría, Cateriano no cumple con el perfil de operador capaz de tender puentes con la oposición; rasgo necesario para evitar el escalamiento de la crisis y eventualmente, la precipitación de una segunda censura.

Desde su nombramiento como ministro de Defensa (julio del 2012), Cateriano se ha convertido en un belicoso alfil del gobierno de Humala. Ha demostrado su lealtad a la pareja presidencial y ha sabido expresar a la perfección el antiaprismo y antifujimorismo que cohesiona al nacionalismo. Su cuenta de Twitter (@PCaterianoB) ha acosado permanentemente a los “enemigos” del gobierno. Su saña con el APRA se remonta a su participación como diputado en la comisión investigadora sobre la primera gestión de Alan García (1985-1990), la cual dio origen a su libro de denuncia El caso García. Asimismo, su oposición al fujimorismo es “vargallosiana”: sus orígenes políticos se fundan en su participación en el movimiento Libertad, base de la aventura política del premio Nobel peruano frustrada por la derrota ante Alberto Fujimori en 1990.

Cateriano satisface así el perfil que exige el presidente Humala. Su postura recalcitrante y de “choque” con el aprismo y el fujimorismo -primera mayoría parlamentaria, tras sucesivas renuncias en la bancada nacionalista-, lo coloca en las antípodas de lo esperado como recambio en el liderazgo ministerial, por buena parte de la opinión pública. Así, lejos de distender, el presidente Humala porfía su posición antagónica con la oposición. ¿Se avizora una segunda censura, capaz de suscitar la disolución constitucional del Parlamento peruano?

Existe la posibilidad de una reacción conservadora de ambas partes para evitar la agudización de la crisis. Por un lado, Cateriano ha anunciado que cambiará su estilo: “En un cargo como este, estoy obligado a dialogar”, ha dicho.

Mientras, desde la oposición, Alan García apuesta a bajar las revoluciones: “Serena y atenta es la posición del aprismo ante el nuevo gabinete”, tuiteó.

Estas primeras reacciones crean la expectativa de moderación, aunque la incertidumbre cederá con la presentación del nuevo Premier ante el Congreso en las próximas semanas, cuando las reglas formales e informales de la democracia peruana vuelvan a confrontarse.

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