Por Sebastián Soto, desde Boston Abril 9, 2015

Dos dramáticas decisiones de vida o muerte se ubican al principio y fin del ataque más sangriento en Estados Unidos desde la caída de las Torres Gemelas. Se trata del atentado durante la maratón de Boston, cuya nueva versión se celebra la próxima semana, en el que dos bombas hicieron explosión matando a tres personas y dejando a más de 250 heridos. Este año el recuerdo está más fresco pues, en los últimos meses, se ha desarrollado el juicio contra el único acusado, Dzhokhar Tsarnaev.

En la decisión inicial el protagonista es Bill Richard. El día del atentado estaba con sus tres hijos cerca de la meta. La segunda de las bombas dejó a su hijo mayor de ocho años severamente herido y al menor con parte de sus piernas destruidas. En ese instante decidió dejar al mayor tendido sobre la calle y correr con los otros dos en búsqueda de ayuda. Explicando su determinación al jurado, dijo que después de ver a su hijo tras la explosión, supo que no podría sobrevivir y guardó sus esperanzas para ver vivir a los otros dos. Eso fue lo que ocurrió.

La decisión final es la que cierra el juicio y corresponde al jurado. Desde enero, cuando se inició su composición, el tema ha sido objeto de permanente atención. Dado los intensos sentimientos que muchos tienen en relación con el hecho que están llamados a ponderar, el juez a cargo del asunto convocó a 1.350 posibles integrantes que debieron completar un cuestionario de 28 páginas. Luego, fiscales y defensores fueron descartando a aquellos que decían tener opinión formada u otro sesgo similar. Tras varias semanas, coincidieron en un grupo de 18 elegibles de los cuales finalmente 12 constituyen el jurado que ha oído del caso.

Desde el inicio, la defensa ha reconocido la participación de los hermanos Tsarnaev. De origen checheno, llegaron a EE.UU. como refugiados el año 2002. El mayor, Tamerlan, murió en un enfrentamiento con la policía pocos días después de los atentados. El menor, que comparece en el juicio, estuvo escondido otro par de días dentro de un bote donde aprovechó de escribir sus motivaciones: “El gobierno de EE.UU. está matando a civiles inocentes (…) no puedo soportar tanta maldad sin castigo, nosotros los musulmanes somos un solo cuerpo, dañas a uno y nos dañas a todos”.

La defensa considera que el hermano mayor fue el líder de la operación y Dzhokhar, su hermano menor, sólo se dejó influenciar por él. Pretende con esto sensibilizar al jurado para que, en la decisión final, el jurado opte por la menos dramática de las alternativas: la cadena perpetua en vez de la pena de muerte. 

En EE.UU., 32 de los 50 estados aplican la pena de muerte, y el año pasado 35 personas fueron ejecutadas. El peak de las últimas décadas fue el año 1999 (dos años antes de su derogación en Chile), cuando la cifra alcanzó casi el centenar. Y si hay algo que se discute hoy, no es tanto su legitimidad, sino más bien, después que una de las víctimas demoró más de 40 minutos en morir, en cómo aplicarla de manera de evitar el sufrimiento del condenado.

El miércoles de esta semana, el jurado sentenció que el acusado era culpable de los 30 cargos que se le presentaron. Como 17 de ellos pueden terminar en pena de muerte, ahora el mismo jurado debe decidir si aplicar esa pena o la cadena perpetua. Sólo ahí sabremos si la decisión final es de vida o muerte.

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