Por Felipe Hurtado Marzo 26, 2015

El aguacero que cayó el martes temprano obligó a moverse rápido y cambiar de planes. El décimo Mundial de Polo ya no iba desde ese día hasta el domingo. Ahora partía el viernes 27. Había que esperar un poco más para el partido inaugural entre las potencias Argentina y Brasil (igual que en el fútbol, aunque aquí los albicelestes son siempre, pero siempre, los favoritos). Había que guardarse las expectativas de ver si el equipo chileno tiene las condiciones para optar a segundo título planetario, después del que levantara en México hace siete años.

Sí, en el polo Chile aspira a coronas mundiales, como ocurre con apenas un puñado de deportes. También es constante animador. De las 10 Copas del Mundo que se han realizado, ha estado en seis. Dos veces, incluso, ha sido el organizador. La vez pasada fue en 1992, igualmente en el Club San Cristóbal, y la campaña acabó con el subcampeonato.

El principal torneo de selecciones se juega con un handicap máximo de 14 goles, lejos de los 40 posibles si los cuatro jugadores tuvieran la más alta valoración posible. Es el límite que pone la Federación Internacional, consciente de que no existen muchos países en los que este deporte sea profesional (a esta Copa del Mundo asisten seis equipos) y, además, para lograr una competencia pareja, no una en la que domine sin contrapesos Argentina, el país que cuenta con los mejores polistas del planeta por goleada. Se trata también de una forma que incentive la propagación de un deporte considerado de élite, calificativo que arrastra desde sus inicios, hace 2.500 años en Persia, donde comenzó como una disciplina de la nobleza, y del que le cuesta tomar distancia.

El Club San Cristóbal es considerado uno de los mejores lugares en el mundo para la práctica del polo, pero para poder ocupar sus canchas hay que ser socio, con el consiguiente desembolso de dinero que eso significa. La membresía no es lo único. También está el equipamiento y la mantención de los caballos, que en el caso de un profesional pueden llegar a ser de hasta 12 animales. Se calcula que $ 1,5 millones mensual puede costar su práctica. Todo eso va conspirando para que sea una especialidad que se traspasa de generación en generación, entre familias, algo que queda claro al observar cómo se repiten los apellidos en las listas de seleccionados nacionales a lo largo de los años.

Con la presencia del Mundial, que tendrá transmisión por la televisión por cable y streaming, además de precios accesibles para una parte de las siete mil personas que esperan albergar en cada una de las cinco jornadas (las entradas más baratas van desde $ 3.000 a $ 6.000), el polo pretende el reconocimiento público de una actividad que ha tenido un salto importante durante este siglo.

Una buena actuación justificaría la insistencia de que es el deporte colectivo más exitoso del país, con un título mundial (México 2008), un tercer lugar (Francia 2004) y tres victorias en la centenaria Copa Coronación, en la que se enfrenta a Inglaterra y el trofeo al ganador es entregado por la reina Isabel II. Haría lo mismo con el consistente aumento en el número de practicantes la última década. Hoy son unos 800 polistas, más del doble del número que existía hace 10 años, con poco más de una veintena demostrando sus dotes en las distintas temporadas que se arman por el mundo, con Jaime García Huidobro y José Donoso como principales figuras. Inclusive, en el último tiempo hasta se han acercado tímidamente las mujeres a practicarlo.

La Federación Chilena sabe que le falta para capitalizar todo eso al ojo público y para conseguir que la especialidad no sea asociada exclusivamente a los grupos socioeconómicos más altos. Lionel Soffia es su presidente y tiene ese plan para el polo, pero sabe que necesita un empujón.

El organismo posee canchas públicas en Chicureo, pero debido a los altos costos de mantención se las arrienda al Club San Cristóbal. De conseguir el financiamiento, el objetivo de Soffia es ir a las bases, realizar campeonatos infantiles, darle más espacio a los equipos femeninos, abrir escuelas, permitir que el entorno del deporte (los preparadores, sus hijos) entre a la cancha que hoy ven desde fuera. En definitiva, hacer que ese primer paso al polo no sea más caro que, por ejemplo, subir a la nieve. “Debemos aprovechar nuestras canchas públicas”, dice Soffia. En todo este afán, el golf es un parámetro que tienen muy presente en las oficinas de la federación.

El problema es que, a diferencia de lo que se pueda creer, los recursos no son algo que abunde en la administración. Hace poco, la dirigencia debió rechazar una nueva invitación a la Copa Coronación por falta de dinero. En la dirigencia calculan en unos 120 millones anuales los fondos necesarios para echar a andar el proyecto, que en el mediano plazo debería incluir el apoyo a las regiones. Para dar con esos montos, buscan la participación de privados y del Estado. En el proceso de organizar el certamen planetario, le contaron de sus intenciones a la ministra Natalia Riffo, paso que consideraban clave. Las conversaciones por ahí, en todo caso, recién comienzan. Será el Mundial el gran escenario para convencer a todos de que se puede seguir creciendo.

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