Por José Jiménez Marzo 19, 2015

Releer la cronología de acontecimientos a través de los medios de Edward Snowden, ex agente de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) supone una historia de ciencia ficción. Tiene los ingredientes: un hombre entre muchos semejantes se rebela  inusitadamente contra un Estado vigilante, omnipresente, y carga con la responsabilidad de llevar a cabo una lucha imposible. Huye y es perseguido. Pero el género se queda corto. Primero, obvio, porque no es ficción y ocurre en nuestros días. Pero sobre todo porque en gran medida, el personaje no encarna, en el plano terrenal, la épica fatal del “elegido” que debe llevar a cabo su colosal misión. Este elemento, precisamente, es lo que otorga el documental Citizenfour de Laura Poitras y, de alguna forma, pone la última pieza en la configuración de la historia del ciudadano Snowden.

Citizenfour -que acaba de ganar un premio Oscar- no es un clásico documental sobre ciberactivismo en el que se mezclan sonidos de teclados, entrevistas de expertos, efectos sonoros amenazantes y sucesión de hechos que combinados trazan un enemigo enorme. Todo lo contrario: guardando suma sobriedad y precariedad, evitando cualquier tipo de efectismo, el film se distancia de los hechos (bastante conocidos por lo demás), y se pone a nivel de las personas. Así transcurre su columna vertebral: esos ocho días de junio de 2013 en los que se lleva a cabo el encuentro en un hotel de Hong Kong, entre el informático, la documentalista y Glenn Greenwald, periodista político y bloguero, quien será el primero en publicar las primeras (y trascendentales) informaciones proporcionadas por el ex agente sobre el entramado del sistema de vigilancia estadounidense y la violación del espacio privado que supone. El momento crucial, ahí en carne y hueso.

Esos ocho días en los que Snowden pasa a ser la persona más buscada del planeta. Adentro de ese hotel, donde nadie conoce su historia y donde lo único que queremos saber es, precisamente, quién es, de dónde viene y qué lo ha llevado a este punto. “I’m not the story here”, dice de entrada. A su pesar, esa simple condición humana es la que se va tejiendo en el devenir narrativo del film.

No resulta extraño que la exposición de esta dimensión mundana, junto con la decisión del propio Snowden de revelar su identidad una vez desatado el escándalo, sean elementos clave en estos días cuando distintos ámbitos de la sociedad interpelan a los Estados en lo relativo a los costos de los procedimientos de seguridad. No es extraño que el martes pasado, a unas semanas del galardón de Poitras, Wikipedia, en conjunto con otras instituciones relevantes, presenten una demanda contra el gobierno de EE.UU. por la vigilancia masiva que desarrolla la NSA. Tampoco lo es que se haya reanimado el debate sobre la extradición de Snowden a EE.UU., donde el fiscal general sólo ha dado garantías de que no se le aplicaría la pena capital. Snowden, desde Moscú, ciudad en la que ha recibido el asilo político hasta 2017, ha sido tajante a ese respecto: volvería a su país sólo si se le asegura un juicio justo. Como un ciudadano común y corriente.

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