Por Marzo 11, 2015

¿De dónde venimos? es mucho más que una pregunta filosófica de nuestra especie. Se la hicieron los griegos, se la hacen los niños a muy temprana edad y, por cierto, desde otra mirada, nos la hacemos los astrofísicos. Lo llamativo de esta pregunta es que parece nos está quemando con más fuerza ahora. Nos hemos lanzado a una vertiginosa carrera por construir los instrumentos más poderosos con una sola razón: la insaciable curiosidad por conocer nuestros orígenes.

Brian Schmidt, Premio Nobel de Física 2011, y quien hace unos días tuvo un arrollador paso por Chile, hablándole a jóvenes de Santiago, Valparaíso y Concepción que hicieron fila para escucharlo, nos dejó nuevas e inquietantes preguntas en torno a esta búsqueda de los orígenes.

¿Por qué salir a la conquista de exoplanetas? fue la primera de estas interrogantes. Conocemos bien a nuestros vecinos de la Vía Láctea; sin embargo, el avance tecnológico nos está permitiendo observar planetas más allá de nuestro sistema solar, que también giran en torno a una estrella dentro de esta galaxia. Encontrar agua líquida y, por consiguiente, detectar nuevos territorios habitables, es el principal motor de esta búsqueda. Por cierto, la búsqueda de exoplanetas trae aparejadas decenas de otras preguntas y decenas de líneas de investigación. Si existen en otras galaxias planetas girando alrededor de una estrella como nosotros, y eventualmente, con agua líquida ¿por qué no pensar también en la existencia de vida más allá de la nuestra?

La segunda gran interrogante sobre la que Schmidt nos hizo pensar tiene que ver con lo que llama “las estadísticas vitales del universo”. Que el 96% de él se componga de energía y materia oscura nos da la pista de lo poco y nada que lo conocemos. Descubrir la expansión acelerada del universo (el motivo por el cual él y su equipo obtuvieron el Nobel) -aparte de ser una confirmación aún más sólida de la teoría del Big Bang- es la raíz de una nueva serie de preguntas: ¿cómo es o cuál es o qué peculiaridades tiene esta energía oscura?

Con estas inquietudes en el aire, no queda más que hablar sobre cuáles son las opciones que tienen Chile y sus físicos para responderlas. La mejor noticia es que tenemos todas las opciones en nuestras manos para liderar la investigación de frontera y, por cierto, hacer historia. Contamos con los cielos más despejados del mundo, tenemos el 40% de la capacidad global de observación y, por ser el “país anfitrión” de los principales centros de observación que se han construido y se construirán la próxima década, los astrónomos locales tienen el 10% del tiempo de observación disponible en ellos. Un privilegio que ningún otro astrónomo en el resto del mundo posee.

Chile tiene más de 200 astrónomos trabajando en 10 universidades desde Arica hasta Magallanes, abarcando investigación de primer nivel. Esta situación está destinada a explotar en la próxima década, cuando comiencen a operar desde el desierto de Atacama instrumentos de punta. El 2020 verá la primera luz el telescopio LSST, un instrumento futurista con una cámara digital de 3.200 millones de pixeles y que obtendrá un video ininterrumpido en 3D de 10 años de duración del cielo austral. O sea, la mayor cinematografía cósmica jamás pensada. El mismo año entrará en operaciones el Gran Telescopio Magallanes, con un espejo de 24 metros.

Enormes inversiones y tecnologías de la más alta sofisticación conocida que catapultarán a Chile como el mayor polo de observación astronómica. Concentraremos el 70% de la capacidad de observación del mundo.

Esta aventura implica un desafío titánico: ¿tenemos la capacidad humana y técnica para hacernos parte de los descubrimientos en la frontera misma del conocimiento? Fue esta inquietud la que hizo que un grupo de 12 científicos, a comienzos del 2013, diera vida al Instituto Milenio de Astrofísica (MAS). Su propósito: hacer frente a la era de la “big data”.

¿Qué haremos cuando, en una sola noche de observación del LSST, se detecten miles o millones de objetos variables? Quienes lleven la ventaja ahí serán quienes dispongan de instrumentos complementarios dedicados al seguimiento de los objetos identificados por el LSST. Un gran desafío y que viene acompañado de una oportunidad para que Chile se inserte en el mundo de las tecnologías asociadas a la astronomía.

La avalancha de información será tal que necesitaremos algoritmos matemáticos sofisticados para encontrar respuestas astrofísicas. Un trabajo multidisciplinario que incluye a astrónomos, estadísticos, matemáticos, ingenieros informáticos y que excede las capacidades de unas pocas personas o una sola institución.

Ya se lo planteamos a la presidenta Bachelet días atrás. ¿Por qué no soñar con construir nuestro telescopio de 6 metros? Es un sueño que necesita una inversión inicial de aproximadamente US$ 30 millones y que nos permitirá adentrarnos en caminos no recorridos. Dejo planteada la inquietud.

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