Por Amir Bibawy, periodista egipcio Febrero 19, 2015

El significado de la última matanza perpetrada por el Estado Islámico, el asesinato de 21 egipcios cristianos en Libia, va mucho más allá del crimen mismo y plantea una interrogante: ¿Qué puede hacerse para detener al ISIS?

El grupo de egipcios coptos fue exhibido en un video divulgado por los afiliados libios de la organización. Unos enmascarados los decapitaban mientras una voz con acento norteamericano advertía que “Roma es lo siguiente” en la lista de ISIS, una escalofriante insinuación de ataque al Vaticano. 

Fue el primer video de un crimen cometido por un colectivo afiliado a la organización terrorista que emerge en áreas distintas a Irak y Siria, territorios bajo control parcial del Estado Islámico que han alcanzado notoriedad global a través de una serie de brutales asesinatos desde hace unos meses.

En cosa de horas, y luego de una serie de condenas desde todo el mundo, Egipto lanzó varios ataques aéreos contra zonas donde se sabe que el EI libio está organizado y operativo. Egipto ahora está convocando al Consejo de Seguridad de la ONU para que autorice una intervención militar internacional contra el Estado Islámico en Libia, un país del que hoy apenas queda su sombra.

Quizás las dos cosas más significativas que pueden salir del asesinato de los egipcios es que ocurrieron en Libia, y que Libia está muy cerca de Europa.

El alcance del Estado Islámico realmente está llegando más lejos de su núcleo en Siria e Irak y está creciendo, tal como lo ha hecho Al Qaeda, a través del mundo árabe e islámico. Esto a su vez plantea un dilema a aquellos en Occidente que eran reacios a enfrentar al grupo porque asumían que su alcance era limitado. Nada hace más crucial esta intervención que la referencia a Roma en el video. Comprensiblemente, Italia y -presumiblemente- otros países del sur de Europa están ahora alarmados por la repentina cercanía de ISIS a sus territorios. 

Pero ¿qué pueden hacer esos países para detener al Estado Islámico? Un intento poco entusiasta de una coalición internacional liderada por Estados Unidos que incluye a varios países árabes no ha despegado. En Irak, un gobierno mal guiado se rehúsa a permitir el ingreso de tropas extranjeras para combatir a ISIS, sin darse cuenta quizás de que fue un primer ministro iraquí sectario y divisivo el que nos llevó a esta situación en primer lugar.

Una alianza más robusta que incluya a Egipto y otros países árabes y que cuente con el compromiso de los Estados Unidos y de la Unión Europea para luchar lo que puede ser una larga guerra, sería una buena base para empezar. Europa necesita entender que es particularmente vulnerable al crecimiento del Estado Islámico dada su proximidad geográfica, sus fundamentalistas locales que planean ataques domésticos como la masacre de Charlie Hebdo en París, y el constante flujo de inmigrantes ilegales desde el sur del Mediterráneo, cualquiera de los cuales podría ser miembro del grupo terrorista.

La voluntad internacional para construir una coalición así de fuerte, sin embargo, parece todavía escasa. Los líderes occidentales tienen que justificar a sus votantes que ISIS representa una amenaza significativa para ellos, que va mucho más allá de la decapitación de trabajadores humanitarios o periodistas en el desierto sirio. Lo que es más importante, las fallas en Irak y Afganistán, y en gran medida en Libia, claramente han demostrado que cualquier intervención en un país árabe es un prospecto poco placentero.

Ahí es donde la Liga Árabe podría jugar un rol muy necesario de una vez por todas. El grupo de 22 países árabes de dispar historia y riqueza tiene los recursos para la lucha contra ISIS y podría fácilmente obtener el mandato de sus ciudadanos. Países como Egipto, con capacidades militares establecidas desde hace mucho tiempo, apoyadas por tecnología occidental y con un sustancial contingente de tropas, pueden trabajar no sólo bombardeando el Estado Islámico sino también vigilando áreas vacantes tras la posible derrota del grupo. Esto además mandaría un enérgico mensaje a los ciudadanos de países árabes: hay cero tolerancia para la radicalización sangrienta que propone ISIS.

Libia puede estar al borde de convertirse completamente en un Estado fallido a sólo cuatro años del inicio de la revolución contra su dictador, Muammar Gaddafi. También podría salir de las sombras con un poco de ayuda militar de sus vecinos.

En cuanto a Egipto, el asesinato de los 21 trabajadores, todos provenientes de la zona pobre del sur y pertenecientes a la minoría cristiana copta, ha generado una condena fuerte y unitaria a nivel popular. Todos pueden simpatizar con el sacrificio de un trabajador desempleado que hizo un viaje de 12 horas para cruzar la frontera libia para encontrar un precario empleo.

El presidente,  Abdel Fattah El-Sissi, un ex líder militar, prometió una respuesta enérgica a la masacre y ha cumplido unilateralmente hasta que emerjan los detalles de una respuesta global. Su estatura entre los egipcios coptos (un 15% de la población del país) ha crecido rápidamente. En menos de seis semanas, El-Sissi visitó la catedral copta dos veces: una para asistir a misa cristiana y otra para ofrecer sus condolencias al papa copto por los asesinatos. En contraste, el ex mandatario Hosni Mubarak, nunca puso un pie en esa catedral durante sus 30 años en el poder. El mensaje de El-Sissi, que está resonando a nivel popular, no pudo ser más claro.

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