Por Sebastián Cerda, economista Febrero 19, 2015

La innovación tecnológica  ha permitido  de manera rápida e inesperada el auge de un nuevo tipo de mercado, el del intercambio de servicios por dinero en línea, con desconocidos de todas partes del mundo.

El término “economía del intercambio” hace referencia al nacimiento de compañías cuyo valor se basa en el desarrollo de plataformas tecnológicas que permiten el uso de recursos tradicionalmente ociosos, reducir costos y así poder competir a precios más bajos. Airbnb, un servicio en línea de oferta de hospedaje en viviendas de uso particular, es uno de los ejemplos más exitosos de esta economía del intercambio, que ha permitido a muchos pequeños propietarios de viviendas personales competir con grandes cadenas de hoteles desde Nueva York, París, Hong Kong, hasta Santiago. El beneficio económico y social de una plataforma como esta es evidente. Hay millones de personas en el mundo con habitaciones o viviendas completas sin habitar, a las cuales Airbnb les permite profitar de ese espacio ocioso, mientras que a sus contrapartes, viajeros en turismo o negocios, les permite encontrar un lugar seguro y confortable para alojar a precios muy accesibles, muchas veces inferiores a lo que cobra un hotel por un servicio similar. Innovar para reducir costos de transacción y hacer un uso más eficiente de los recursos productivos es la base del desarrollo económico y, por lo tanto, el surgimiento de este tipo de plataformas son una bendición para una economía global en busca de fuentes reales de crecimiento de largo plazo.

A pesar de sus obvios beneficios, Airbnb ha sido cuestionado y atacado en distintos lugares del mundo por una industria hotelera que reclama ante una competencia catalogada como desleal. Hay algo de cierto en ese argumento, ya que la revolución del intercambio en línea se produce en un mercado completamente desregulado, sin protección gubernamental para el consumidor y evitando el pago de impuestos que todo negocio formal debe realizar. No es mi objetivo aquí hacer una apología a la evasión de impuestos ya que, entre otras cosas, estoy convencido que en la medida que este servicio genere mayores ingresos, los servicios impositivos del mundo encontrarán formas de gravarlo sin matar a la “gallina de los huevos de oro”. El problema de fondo va más allá y se centra en la disputa latente entre innovación y regulación, donde Airbnb es un gran ejemplo de los potenciales perjuicios sociales de una sobrerregulación y excesiva protección por parte del Estado. Una pregunta legítima es si es posible sostener este negocio si estos pequeños rentistas de viviendas particulares son objeto de todo el poder regulador de instituciones gubernamentales o judiciales; y la respuesta es que, probablemente, no.

En un depresivo ambiente mundial, fruto del decepcionante crecimiento económico reciente y los pocos avances en materia de igualdad social, el éxito de Airbnb, y otros servicios similares es una señal de optimismo sobre el futuro, uno basado en un renovado concepto de competencia y libre mercado. Sin embargo, este futuro muchas veces parece querer ser impedido por un proceso político más proclive a defender las prebendas otorgadas, a través de regulaciones muchas veces absurdas, antes que favorecer el verdadero bienestar social. En esa batalla entre innovación y regulación, no hay forma de que esta última triunfe. La historia del mundo nos muestra que cuando aparece una tecnología más productiva y democrática que favorece a la mayoría de la población es, en ciertas ocasiones, posible retrasar su adopción, pero nunca detenerla. La tecnología siempre gana porque las personas son siempre más importantes que las instituciones. Pese a quien le pese, Airbnb y la nueva economía del intercambio que esta plataforma representa presagian una era de mayor bonanza para todos, a pesar de, y no por, los esfuerzos de un Estado más activo.

Relacionados