Por Febrero 5, 2015

Después de pasar la semana pasada en Brasil (lamentablemente por trabajo, no vacaciones) y tener diversas reuniones con inversionistas locales, tanto en Sao Paulo como Río de Janeiro, es posible reconocer dos posiciones respecto a la visión de la situación económica brasileña: los pesimistas y los muy pesimistas.

Razones para la negatividad abundan. Se espera que el crecimiento económico del 2014 apenas sea positivo. El FMI acaba de corregir a la baja las proyecciones de crecimiento para el 2015, desde 1,4% a un magro 0,3%, e incluso algunos analistas privados encuentran esa cifra demasiado optimista.

Al mismo tiempo, la inflación en Brasil se mantiene obstinadamente alta, sobrepasando el rango superior del límite objetivo del Banco Central, de 2,5% a 6,5% anual. Ello ha llevado a que el instituto emisor sea uno de los pocos en el planeta que ha seguido subiendo las tasas de interés, llegando al 12,25% en su última decisión.

A lo anterior se suma la creciente probabilidad de una crisis energética de proporciones, a raíz de la mayor sequía de los últimos 80 años y a la falta de inversión en el sector que generó la intervención gubernamental sobre las tarifas eléctricas.

La guinda de la torta del pesimismo es el escándalo que envuelve a la petrolera estatal Petrobras, que incluye cargos judiciales por corrupción, coimas y lavado de dinero que se extiende a las principales empresas constructoras del país. El importante peso que tiene Petrobras, tanto en el mercado accionario como en el de renta fija, está teniendo un efecto contagio.

Es en este escenario que comienza el segundo mandato de la presidenta Dilma Rousseff, con una alta dosis de escepticismo por parte de los inversionistas que ven las políticas implementadas durante su primer período como las principales responsables del mal momento económico que vive ese país.

Sin embargo, estos mismos escépticos y pesimistas reconocen una luz de esperanza. Se trata del nuevo equipo económico que lidera Joaquim Levi, destacado economista con amplia experiencia tanto en el sector privado (presidió la unidad de administración de fondos de Bradesco), como en el público (lideró la Tesorería de Brasil en el primer período del presidente Lula) e incluso internacional (diversas posiciones en el FMI y el BID).

He tenido la oportunidad de conocer al actual ministro Levi y es una persona con un notable entendimiento de lo técnico pero también del mundo político. Con una destacable capacidad para articular sus puntos de vista, también tiene una fuerte personalidad, con mucha determinación. Todas características muy deseables en la persona encargada de las finanzas de Brasil, particularmente tomando en cuenta la situación antes descrita por la que atraviesa.

La determinación de Levi no se hizo esperar. Antes de haberse cumplido un mes en el cargo, ha hecho anuncios que buscan recuperar la deteriorada situación de las finanzas públicas. El plan incluye una agresiva combinación de recortes de gastos (eliminación de subsidios a las tarifas eléctricas y transporte público, así como recortes en algunos programas sociales)  y aumento en recaudación (vía el incremento de impuestos).

Hasta el momento Levi ha contado con el respaldo de la presidenta Rousseff, quien pareciera querer hacer un cambio con respecto a su administración anterior, atendiendo a la compleja situación económica que enfrenta el país. Durante su campaña declaró en varias oportunidades que haría todo lo posible para que Brasil mantuviera su clasificación como país en su  grado de inversión, que diferencia a los países con capacidad y voluntad de pago (como México, Colombia o Chile) de aquellos otros países que no la tienen (como Venezuela o Argentina). En ese sentido, la terapia de shock aplicada de Levi va en la dirección correcta y es la que ha permitido a inversionistas mantener una pequeña cuota de esperanza.

Sin embargo, todavía hay dudas en el mercado acerca de esta versión 2.0 de Dilma Rousseff. Muchos inversionistas locales ven que el apoyo a Levi puede desaparecer en la medida que las encuestas vayan mostrando una pérdida de apoyo al gobierno. Aumentan las voces de su propio partido que alegan que la política económica actualmente en curso es precisamente la que la entonces candidata Rousseff le enrostraba a su contendor en segunda vuelta, Aécio Neves. Otros inversionistas ven con dificultad que convivan por mucho tiempo dos personalidades tan fuertes como la de la presidenta y su ministro de Hacienda.

En el transcurso de los próximos meses podremos ver si realmente existe  un giro genuino en la nueva administración,  a una Dilma 2.0, o si veremos regresar a la versión original.

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