Por Diego Zúñiga Enero 22, 2015

Todo esto tiene que ver con la fugacidad de las cosas, de la belleza, esto, la poesía de Claudio Bertoni, esos poemas breves, ingeniosos, luminosos, espontáneos y conmovedores, que lleva escribiendo desde hace más de 40 años. Cuatro movidas décadas que se recopilan en Antología, la muestra más grande de su obra, publicada por la prestigiosa editorial española Lumen -donde compartirá catálogo con T.S. Eliot, Larkin, Auden y Pizarnik, entre otros importantes poetas-. El recorrido por un mundo -el cansancio, las mujeres, la muerte, la música, las calles, el deseo, la enfermedad y la tristeza- que ya se configuraba en su primer libro, El cansador intrabajable: “Cuando un hombre toma a su mujer por la cintura/ la sienta en su falda/ pone una oreja en su espalda/ y tiene la mirada de un pordiosero/ mientras ella conversa con los demás sin darse cuenta./ Ese hombre está perdido”.

Hay en ese poema, en esa imagen terrible y cotidiana, toda una declaración de cómo nos enfrentamos a la vida, de detenerse en aquellos pasajes por los que pasamos de largo, sin entender que ahí se encierra el misterio, lo que somos. La velocidad de las cosas, en definitiva. Bertoni se detiene y escribe, nos ilumina, nos recuerda que la poesía es, siempre, ver el mundo por primera vez. “Sus versos, breves como un flechazo, traducen en palabras como los de ningún otro poeta el encandilamiento de la primera mirada, el descubrimiento de la presencia súbita de una mujer, esa sensación rara de ser un conejo cegado por las luces del auto que lo va a atropellar”, anota Rafael Gumucio en el excelente prólogo que abre Antología. Y sigue: “Bertoni sueña de alguna forma con quedarse en ese instante en que la belleza de las mujeres no nos deja salida. El segundo previo a la seducción, es decir, a la decepción, cuando no hay nada que hacer”.

Antología es, sin duda, un salto editorial importante para Bertoni, para dar a conocer su poesía fuera de Chile  -en un momento, además, en que su obra visual está teniendo mayor relevancia, como lo demuestra la publicación de dos libros que acaba de sacar Galería D21con su obra plástica y visual-, pero sobre todo esta muestra es un trabajo que alguien debía hacer -y que en este caso fue el editor Vicente Undurraga-: reunir sus poemas, seleccionar, montar y demostrar que la obra de Bertoni está lejos de los lugares comunes que se repiten sobre ella: poemas como chistes, poemas calentones, poemas ingeniosos, Bertoni como ese hombre que recoge cochayuyos en la playa de Concón -como lo describió irónicamente Bolaño, aunque al parecer Bertoni nunca ha recogido cochayuyos-, Bertoni como el poeta que escribe siempre el mismo libro.

Antología desmiente aquellas ideas y rescata lo mejor de una obra que ha sabido encontrar numerosos lectores, los que aquí podrán detenerse en aquellos poemas que quizá pasaron de largo en los libros, aquellos poemas llenos de humor pero también de tristeza, llenos de amor y ternura. Poemas sobre la muerte, sobre el miedo a envejecer, sobre  el miedo a enfermar.

“Acostúmbrate a partir/ a saber que terminó/ que se apagaron las luces/ que la gente se durmió/ que no había nadie más/ que sólo estabas tú”, escribe Bertoni en uno de los últimos poemas de Antología. Parece una despedida, pero mejor pensemos que no, que esto sólo es el comienzo, que ahora lo descubrirán los lectores españoles y latinoamericanos, y que seguramente se sorprenderán con esas imágenes bellas, fugaces y luminosas, que abundan en su poesía: “Siempre que barro/ me encuentro con una bolita de cristal/ con una ‘lunita’/ que se le quedó una vez a mi sobrino/ cuando durmió aquí./ Nunca la recojo/ ni la guardo/ ni se la devuelvo/ ni mucho menos la boto./ La dejo que dé vueltas por ahí no más/ que conviva conmigo/ que tenga su vida ahí en el suelo/ como una lucecita que dice ‘Luciano’.

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