Por José Ignacio Mansilla Enero 22, 2015

El cine trae de vuelta la figura de Alan Turing, con la película El código enigma (The Imitation Game). Con o sin el filme, una lectura del artículo escrito en 1948 por el mismo Turing, “Computing Machinery and Inteligence”, permite apreciar parte de su genialidad: es una ventana para entender cómo parte de la ciencia actual fue cimentando su conocimiento y dominio sobre el cerebro, la mente, las máquinas y computadoras. Para muchos, parte de la  revolución que hoy vivimos comenzó con la pregunta planteada por el inglés en la introducción de ese texto: “Propongo considerar la siguiente cuestión: ¿Pueden pensar las máquinas?”.

El juego de la imitación es  la demostración precisa de lo que implica para la inteligencia humana descubrir las trampas evolutivas de su propio funcionamiento. También fue el ejercicio más simple que pudo haber utilizado Turing para exponer la complejidad de la materia y establecer los desafíos científicos que, en su época, condicionaban sus planteamientos. El ejercicio es simple. Tres personas con distintos roles realizan una dinámica de interrogatorio no presencial, donde dos son interrogados y el tercero interroga. El objetivo es que el interrogador identifique, por medio de preguntas y respuestas simples, el sexo de cada interrogado. Todo cobra sentido cuando nos preguntamos si una máquina podría burlar el discernimiento del interrogador haciéndolo creer que ésta es un humano.  Gracias a esto, Turing pudo establecer las condiciones que deberían satisfacer dichas máquinas para conseguir tal cometido y, en principio, definir a qué nos referimos cuando hablamos de “máquinas inteligentes” que “piensan como humanos”.  

Es el comienzo del desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que aglutina distintas disciplinas científicas y cuya finalidad, no escrita, es replicar con fidelidad los misterios de la mente humana y sus capacidades intrínsecas. 

Hoy, uno de los principales problemas que enfrentan los científicos son dotar de “conciencia” a la maquina. Que una máquina burle el discernimiento humano no quiere decir que tenga conciencia de haberlo burlado, por ejemplo. Además, la falta de ingeniería aplicada e investigación básica que permita acortar los tiempos de ejecución de cálculos y aumente, por consecuencia, la capacidad de realizar cómputos de las máquinas, hace que el desafío aún sea en muchos sentidos una promesa. De aquí la necesidad de crear el primer computador cuántico capaz de incrementar exponencialmente los cálculos que puede, por ejemplo, realizar cualquier computador de escritorio. 

Los avances más significativos en el campo de la inteligencia artificial se han producido con máquinas capaces de  realizar proezas como analizar millones de datos en milisegundos, interpretar emociones e ironías, aprender de la experiencia por medio del reconocimiento de patrones y realizar predicciones fiables de ciertos acontecimientos, entre otras funciones.

Para el físico  Stephen Hawking, el Nobel de Física, Frank Wilczek, y otros científicos y profesores del Cambridge Project for Existential Risk, las pretensiones que sustentan el desarrollo de las IA traen consigo controversias éticas, políticas y filosóficas que no podemos ignorar. ¿Qué impacto tendría en nuestras vidas la existencia de una máquina con tal capacidad de cálculo? ¿Podría tal máquina llegar a tener conciencia de sí misma? ¿Estaríamos en peligro si así fuera?

Así, la inteligencia artificial es a la vez la gran promesa de la ciencia e ingeniería moderna y la gran amenaza para muchos. ¿Seremos los humanos capaces de crear una máquina que supere nuestras propias capacidades? Quién sabe. Pero si es así, es de esperar que ésta no tenga interés en destruir a sus creadores. 

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